A veces lo sencillo es tan inmenso...
Lágrimas redondas y saltarinas, abrazadas por la sonrisa de la alegría y la satisfacción que te regala el otro cuando te dice: “gracias, durante este año he crecido mucho, y no en estatura”. Entonces tu alma se expande y te embarga la ilusión.
Creo que en este curso que termina yo también he crecido como maestra, y reflexionando junto a la orilla del río, he llegado a la conclusión de que a lo mejor es cierto eso que los psicólogos denominan “El efecto Pigmalión”. Es algo muy sencillo, pero sorprendente: consiste en que cuando tus expectativas sobre un alumno son positivas, es decir, esperas que aprenda y mejore, y que además se lo pase bien en el proceso, de alguna forma esa actitud tuya hace que se dé esa realidad en el otro.
En el lado contrario, encontramos lo que se conoce como “La profecía autocumplida”, y que consiste en que si tú tratas a un alumno como si fuese un vago, un inútil, un futuro fracasado, al final termina siéndolo.
Pienso que hay mucho de cierto en estos dos fenómenos de las relaciones interpersonales y es que todos necesitamos a alguien que crea en nosotros para lograr ser.
Se me ocurre que si todos los ciudadanos, bien agarraditos de las manos, esperásemos con fuerza que nuestros políticos fuesen honestos y se preocupasen de verdad por “el bien común”, tal vez el efecto Pigmalión funcionase, y nuestro país se iría convirtiendo en modelo de Europa en algo tan fundamental como es tener unos cuantos hombres buenos e íntegros que creen en el verdadero arte de la política. ¿Utopía? ¡Quién sabe! A veces lo inmenso es tan sencillo.
Queridos lectores/as, aunemos nuestras mentes y nuestros corazones, y deseémoslo con fuerza porque falta nos hacen esos “modelos ejemplares”.
Pero no quiero acabar sin invitaros a que dialoguéis conmigo sobre lo que aquí escribo, o sobre cualquier tema que os resulte interesante. Es por eso que he creado este blog, en el que iréis encontrando todos los artículos que vaya publicando en el periódico “Primera Edición”, de Torrijos. Espero ilusionada todas vuestras opiniones y comentarios críticos. ¡Animaos! Muchas gracias.
Lágrimas redondas y saltarinas, abrazadas por la sonrisa de la alegría y la satisfacción que te regala el otro cuando te dice: “gracias, durante este año he crecido mucho, y no en estatura”. Entonces tu alma se expande y te embarga la ilusión.
Creo que en este curso que termina yo también he crecido como maestra, y reflexionando junto a la orilla del río, he llegado a la conclusión de que a lo mejor es cierto eso que los psicólogos denominan “El efecto Pigmalión”. Es algo muy sencillo, pero sorprendente: consiste en que cuando tus expectativas sobre un alumno son positivas, es decir, esperas que aprenda y mejore, y que además se lo pase bien en el proceso, de alguna forma esa actitud tuya hace que se dé esa realidad en el otro.
En el lado contrario, encontramos lo que se conoce como “La profecía autocumplida”, y que consiste en que si tú tratas a un alumno como si fuese un vago, un inútil, un futuro fracasado, al final termina siéndolo.
Pienso que hay mucho de cierto en estos dos fenómenos de las relaciones interpersonales y es que todos necesitamos a alguien que crea en nosotros para lograr ser.
Se me ocurre que si todos los ciudadanos, bien agarraditos de las manos, esperásemos con fuerza que nuestros políticos fuesen honestos y se preocupasen de verdad por “el bien común”, tal vez el efecto Pigmalión funcionase, y nuestro país se iría convirtiendo en modelo de Europa en algo tan fundamental como es tener unos cuantos hombres buenos e íntegros que creen en el verdadero arte de la política. ¿Utopía? ¡Quién sabe! A veces lo inmenso es tan sencillo.
Queridos lectores/as, aunemos nuestras mentes y nuestros corazones, y deseémoslo con fuerza porque falta nos hacen esos “modelos ejemplares”.
Pero no quiero acabar sin invitaros a que dialoguéis conmigo sobre lo que aquí escribo, o sobre cualquier tema que os resulte interesante. Es por eso que he creado este blog, en el que iréis encontrando todos los artículos que vaya publicando en el periódico “Primera Edición”, de Torrijos. Espero ilusionada todas vuestras opiniones y comentarios críticos. ¡Animaos! Muchas gracias.
Entonces el escultor Pigmalión se arrodilló y pidió a Afrodita: “A vosotros ¡oh dioses!, a quienes todo es posible os suplico que me deis por esposa” –no se atrevió a decir mi virgen de marfil- “una doncella que se parezca a mi virgen de marfil.
ResponderEliminarPigmalión
El amor a una estatua
Era de Chipre el escultor Pigmalión, artista que no gustaba de las mujeres porque, según consideraba, éstas eran imperfectas y pasibles de muchas críticas. Y tan convencido estaba del acierto de su opinión que resolvió no casarse nunca y pasar el resto de su vida sin compañía femenina.
Pero, como no soportaba la completa soledad, el artista chipriota esculpió una estatua de marfil tan bella y perfecta como –según juzgaba_ ninguna mujer verdadera podría serlo. Y, de tanto admirar su propia obra, acabó enamorándose de ella. Le llegó a comprar las más bellas ropas, joyas y flores: los regalos más caros. Todos los días pasaba horas y horas contemplándola, y,
de cuando en cuando, besaba tiernamente los labios fríos e inmóviles. Tal vez hubiera vivido hasta el fin de sus días ese amor silencioso, de no ser por la intervención de Venus. Pues la diosa era objeto de intenso culto en la isla donde vivía Pigmalión. En su homenaje se celebraban las más pomposas ceremonias y los más ricos sacrificios, y su templo de Pafos, por ejemplo era el más importante de los santuarios de Afrodita de todo el mundo helénico.
En una de esas fiestas, según cuenta el poeta Ovidio, el escultor estuvo presente. También ofreció sacrificios y elevó al cielo sus ardorosas suplicas: “A vosotros ¡oh dioses!, a quienes todo es posible os suplico que me deis por esposa” –no se atrevió a decir mi virgen de marfil- “una doncella que se parezca a mi virgen de marfil.
Afrodita da vida a la estatua de marfil
Atenta, la diosa del amor escuchó el pedido, y para mostrar a Pigmalión que estaba dispuesta a atenderlo, hizo elevar la llama del altar del escultor tres veces más alto que las de los otros altares. Pero el infeliz artista no comprendió el significado de la señal.
Salió del santuario y, entristecido, tomó el camino de su casa. Al llegar, fue a contemplar de nuevo la estatua perfecta. Y después de horas y horas de muda contemplación la besó en los labios. Tuvo entonces una sorpresa: en vez de frío marfil, encontró una piel suave y una boca ardiente. A un nuevo beso, la estatua despertó y adquirió vida, transformándose en una bella mujer real que se enamoró perdidamente del creador.
Para completar la felicidad del artista, Afrodita propició la unión y le garantizó la fertilidad. Del casamiento nació un hijo, Pafo, que tuvo la dicha de legar su nombre a la ciudad, consagrada a la diosa, que había nacido alrededor del santuario dedicado al numen de la atracción universal.
Todo este mito se puede poner en rlación con el artículo y también con el capítulo 4º de "El arte de Amar". Jesús