martes, 27 de octubre de 2009

*La India: un latido en mi memoria

Si tuviese que quedarme con algo del viaje de este verano a la India, sería con la sensación de que es un lugar al que debo volver.

Al intentar contaros mis impresiones, tomo conciencia de que es demasiada realidad desconocida la que dejé allí. Tras casi un mes de recorrer ciudades, pueblos y paisajes, volví aturdida y con la sensación de no haber comprendido nada, de haber dejado un mundo por descubrir. Y es que era tal la plaga de imágenes que iba captando o que directamente me asaltaban, que esto me impedía pensar. Sólo podía mirar, oler, observar sin descanso; fue todo tan chocante e insólito, que aún sigo procesando imágenes que mi memoria no se atreve a recuperar del todo por miedo a estremecerse.

Sí, estuve en la India, pero siento que volví desconociendo lo esencial de ese inmenso país y de sus gentes. Conservo, claro, toda esa algarabía de colores, formas, rostros, miradas, gestos, sonrisas… porque lo más destacable allí es la presencia humana. Pero no sé nada de lo que piensan y sienten porque no hubo tiempo para la charla tranquila y relajada.

Ser turista en la India te sitúa en un lugar diferente, te convierte en un objetivo, en un medio para obtener unas rupias, pero no eres un fin, alguien con quien hablar e intercambiar pensamientos. Tantos miles de ojos puestos en ti siguiéndote sin descanso con cientos de propuestas comerciales.
A veces te sorprendía alguien pidiéndote que te dejases fotografiar con su familia o incluso, como me sucedió a mi, cambiar su precioso sari por mi ropa tipo coronel tapioca. Se acercaban, hacían la foto y se marchaban con una sonrisa, sin mediar palabra; intercambiábamos imágenes y el saludo cordial, pero nada más.

Sí, debo volver a la India, pero de otro modo –tal vez de turista camuflada- para poder pararme y hablar con sus gentes; que me cuenten sus relatos de infancia, que me enseñen a jugar sus juegos y a soñar sus sueños, a bailar sus bailes y cocinar sus gustosos platos. Quiero escucharles sin prisa para poder mirarles por dentro. Eso es lo que me gustaría. Porque siento que hay tantas cosas que se esconden bajo esos lánguidos ojos y esos rostros entre serenos, tristes y vivaces, que el descubrirlo podría enseñarme un nuevo concepto de vivir.

martes, 13 de octubre de 2009

*Alicia en el país de las tachaduras

Hoy me gustaría que reflexionáramos juntos sobre la importancia del borrador y que fuéramos más allá de su consabida utilidad para descubrir su esencial valor.

El borrador es como un mapa que nos muestra nuestro recorrido. En él podemos ver, paso a paso, cómo se va desarrollando nuestro hacer, pero también cómo nosotros mismos vamos evolucionando y transformándonos a la par que trabajamos en él. Y es que el borrador de nuestro proyecto (cualquiera que sea) siempre nos dirá más de nuestro andar que de nuestra meta.

El proceso es un cuerpo a cuerpo con las dificultades, es donde surgen los accidentes, los imprevistos y cómo nos enfrentamos a ellos. Recoge ese momento donde podemos disfrutar del derecho a equivocarnos sin penalización; a fin de cuentas es tan sólo un boceto que puede ser sustituido o anulado por otro, y no pasa nada.

El trabajo en sucio es como un espacio protegido donde sólo habitamos nosotros y nuestro quehacer; es el lugar del tachón, del garabateo, de las ideas dispersas, de los ensayos infructuosos. Mientras estamos enfrascados allí, el tiempo vuela y nuestra mente se siente viva, dinámica, creativa, porque en un borrador nada es fijo.

En ese país de las tachaduras no estamos obligados a vestirnos con el inmaculado traje de los domingos, esas ropas exquisitas que nos impiden trabajar y divertirnos porque nos sentimos presionados por los resultados, la nota, o la etiqueta de apto o no apto, ignorando aspectos esenciales puestos en el asunto como por ejemplo la ilusión, el entusiasmo y el placer de habernos sentido activos, capaces.

Todos tenemos experiencias en las que hemos trabajado mucho y no hemos obtenido los resultados esperados o, peor aún, otros se han apuntado “el tanto”.
También sabemos de éxitos apabullantes concedidos a personas que ni tan siquiera han participado en el proyecto. Siendo así, ¿no sería mejor centrarnos más en el desarrollo personal, que siempre es nuestro, que en el rendimiento, que no deja de ser algo que depende más de otros: de los que juzgan, evalúan o “mandan”?

Disfrutemos pues de los procesos que nunca frustran y restemos importancia a ese éxito final supeditado a circunstancias ajenas a nosotros y que tantas veces resulta decepcionante.

El borrador, en definitiva, nos habla del atractivo de aprender, que no es otro que el de enriquecerse creando.

jueves, 1 de octubre de 2009

*La alegría de estar al margen

Por una vez, me encanta eso de ser tratada de forma diferente a mis colegas de profesión. Me refiero a la nueva ley anunciada por Esperanza Aguirre que pretende dar rango de autoridad pública al profesor. Los que trabajamos en concertada deberemos procurar ganarnos la autoridad de otra forma ya que no pertenecemos a la función pública.

Dice Hannah Arendt* que “se usa la fuerza cuando la autoridad fracasa”. La auténtica autoridad no puede nacer ni de la coacción ni de la persuasión porque los que obedecen deberían conservar su libertad. Sin embargo, todos estamos de acuerdo en que los estudiantes deben obedecer. En ensamblar con armonía obediencia y libertad está el arte de la educación.

Los que llevamos años compartiendo espacio y experiencias con alumnos, sabemos que la autoridad sana está unida al respeto, aprecio y valoración de la persona y su trabajo. Su significado genuino aparece en frases usuales de nuestra lengua como por ejemplo “Fulanito es una autoridad en la materia”, es decir, alguien competente, que sabe. Y desde su saber adquiere la capacidad de influir en los otros.

Yo quiero vivir en un mundo donde la autoridad sea fruto de la justicia y la sabiduría y no del miedo al castigo. Desearía colaborar en la construcción de relaciones cordiales donde los menores respeten a los adultos por lo que son, y los mayores se conviertan en modelos ejemplares dignos de admiración y respeto y no temidos, al estar respaldados por una ley quizá útil para reprimir conductas violentas e inadmisibles pero ¿nos ayudará en nuestro trabajo diario?

Me quedo con algo que aprendí de un compañero de la pública una tarde serena de otoño: “La autoridad en los centros educativos es la cercanía afectiva”.

*Hannah Arendt, "Entre el pasado y el futuro".