miércoles, 19 de mayo de 2010

*Palabras que lían el corazón

Leyendo un artículo sobre relaciones personales me encontré con una palabra: amigovio. Y me pregunté si el término se habría inventado para describir una nueva realidad social o si sería el reflejo de nuestra creciente confusión en este tema.

Siguiendo con la reflexión se me ocurrieron tres formas de interpretarlo:

-Una primera sería un amigo con el que mantenemos relaciones sexuales de forma oculta.

-La segunda haría referencia a una persona que nos gusta mucho pero que, presintiendo que si lo llamamos novio saldrá huyendo, preferimos retenerlo llamándolo amigo.

-La tercera sería alguien de nuestro entorno habitual con el que practicamos sexo sin ningún proyecto de futuro.

Lo que tienen en común las tres interpretaciones es que describen un tipo de relación que queda recluída en la intimidad de los afectados y como en una especie de stand by, es decir, como bloqueada fuera del tiempo y del espacio; algo así como inexistente para los otros. Es intimar con alguien sin costo alguno, aunque no sé si el concepto intimar tendría cabida en este tipo de interacción.

Se me ocurre que una relación así tiene las ventajas de la “amistad” y nos satisface las necesidades como amantes, además de liberarnos de obligaciones y exigencias que no deseamos. Mantenemos a salvo nuestra individualidad y todo se nos perdona. Gozamos de libertad de acción y si aparece el temido peligro de consecuencias no deseadas siempre podemos soltar la frasecita: “tú y yo no somos nada”.

Ocurre que al liar las palabras se nos lía el corazón y resulta que ya no podemos contar a ese amigo que nos gusta mucho fulanito, ni se nos puede escapar delante del tal fulanito que la noche pasada la pasamos con nuestro amigo. Tampoco parece muy buena idea presentar al amigovio a nuestra nueva conquista por si salta nuestro lado más irracional y la liamos.

El resultado es que la vida se nos fragmenta en compartimentos separados en los que representamos un rol: amigo, amante, rollo, amigovio…, cuando tal vez lo único permanente y auténticamente real sea nuestra necesidad de amar y sentirnos amados.