lunes, 20 de julio de 2009

*La locura que envenena y contamina

Hoy quiero hablar de la locura. Pero no de esa “locura romántica” de la que todos alguna vez nos hemos embriagado, sino de la locura entendida como trastorno más o menos transitorio de nuestras facultades mentales y emocionales, y que nos lleva a realizar actos de insensatez o desatino. De esa locura quiero hoy hablar.

¿Por qué hablar de locura? Porque de pronto, un día se ven cosas que no suceden en realidad, se oyen palabras que no se pronunciaron, el “yo” se desata y emprende una batalla para controlar al otro. Se vigila su móvil, se cachea su ordenador, se envían hirientes mensajes anónimos a sus amigos, se persigue a esa “persona amada” como sea: en presencia, con llamadas, con mensajes, chantajes, amenazas, llantos, voces, rabietas, tensión, angustia, y todo... para evitar justamente lo que provocamos: la pérdida del otro.

Cuando sufrimos experiencias de este tipo, el miedo es el rey que a lomos del Caballo Dolor lo gobierna todo con la fuerza de un ciclón descontrolado, arrollador, destructivo, obsesivo, incansable, demoledor.
Estamos hablando, naturalmente, de los celos. Y me pregunto: ¿son los celos algo innato y universal, es decir, algo que ocurre en cualquier parte donde haya personas en relación, o son un fenómeno cultural que únicamente se da en ciertos tipos de sociedades? ¿Qué pensáis sobre ello?

Tras el envenenamiento de la locura queda la tristeza, la desilusión, el cansancio. Son las cenizas del después. Los labios callan, los ojos hablan, la luz del corazón se achica y crece la perplejidad mientras una pregunta te cimbrea el cerebro: ¿qué queremos decir cuando decimos a alguien “te quiero”?
¿Queremos decir: tengo derechos sobre tu vida; puedo herirte sin pensármelo dos veces; puedo incordiarte sin permiso; puedo decir cuanto salga por mi boca sin miramiento alguno; puedo pedirte y hasta exigirte lo que me plazca sin límites; puedo invadir tu corazón, tu casa, tu espacio, tu tiempo, tus pensamientos; puedo secuestrar tu libertad porque ya no eres dueña o dueño de ti, sino mío o mía, y todo justamente por eso, porque “te quiero”?

Y vuelvo a preguntarme: ¿es esto querer? ¿No es más bien un “ poder sobre el otro” que va creciendo y creciendo a costa del silencioso respeto de aquel que en nombre del “amor” ya no es respetado?

¡Ay, es tal la locura que corre que yo ya no sé si quiero que me quieran!