miércoles, 16 de marzo de 2011

*Visiones del amor (y II)

En la columna anterior quedamos que, según Erich Fromm, los elementos comunes y básicos a cualquier amor eran: cuidado, respeto, responsabilidad y conocimiento.
Si alguien nos dijera que ama las flores y viésemos que se olvida de regarlas, no creeríamos en su amor a las flores; vemos pues que preocuparnos por el bienestar de lo que amamos es imprescindible. “El amor es una preocupación activa por la vida y el crecimiento de aquello que amamos”. El cuidado y la preocupación implican otro aspecto del amor: la responsabilidad. A veces entendemos que ser responsable es estar obligado a cumplir con una serie de deberes, pero en su verdadero sentido se trata de un acto voluntario. Ser responsable es estar dispuesto a responder a las necesidades de otro ser humano. Cuando hablamos de necesidades no me refiero sólo a las físicas, sino sobre todo a las psicológicas y afectivas. Superar miedos puede ser fundamental para nuestro hijo o para nuestra pareja, y hay que dar al otro el tiempo que necesite para afrontarlos. Intentar cubrir las necesidades del otro nos puede dar cierto poder sobre él; podría pasar a depender de nuestro sustento, si no fuera por el tercer componente del amor: el respeto. Si atendemos al significado de su raíz, “respicere”, respeto significa mirar, estar atento a lo que la otra persona necesita sin intentar cambiarla, permitiendo que se desarrolle y crezca como ella decida, hacia donde quiera y al ritmo que pueda, no como nosotros queremos y deseamos, sino teniendo en cuenta lo que ella quiere, y sosteniéndola afectivamente. Y llegamos al último elemento del amor: el conocimiento. No es posible respetar al otro sin conocerlo. No podemos apoyar a alguien en su crecimiento personal sino sabemos quién es: así nuestro amor sería ciego. Y este saber es un saber profundo que se cocina a fuego lento sin presiones ni agobios, con paciencia, comprensión y dulzura. Crear vínculos requiere artesanía y el artesano necesita aprender el arte si quiere construir un amor de calidad. La calidad implica hacer las cosas bien, y para lograr este objetivo hay que empeñarse. Pero no conozco a nadie que se haya arrepentido cuando lo ha logrado. Sin embargo, sí sé de miles de millones que sufren de insatisfacción, producto de su negligencia y desidia en el cuidado de lo que dicen amar.