jueves, 16 de septiembre de 2010

*Héroes de la calle

Corren tiempos difíciles para el entusiasmo porque los enemigos son muchos y los creyentes en su fuerza pocos, pero este mismo hecho nos conecta con el lado mágico que tenemos los seres humanos cuando nos sentimos partícipes de las grandes hazañas.

Hace falta coraje en nuestra sociedad y el firme convencimiento de que todo lo que intentamos hacer, desde el niño que guardamos dentro, no es bueno para nosotros si no lo es para todos. Esta es la clave, la fuente inagotable de la energía positiva que nos transforma en corazones inteligentes.

En esta época, como la que vivimos, del “todo vale”, siempre hay voces que se atreven a decir: NO. La inercia del “y... ¿a mi qué?” tan viciada y decrépita, cansa y envilece. Plantarle cara es casi obligatorio si aún nos quedan ojos para mirar la sonrisa de un niño que reclama la oportunidad de vivir en un lugar donde haya esperanza y futuro.

Son momentos para la creatividad y las soluciones de verdad, generosas y altruistas. Son instantes donde lo pequeño tiene un inmenso valor si es ejemplarizante. Por eso, quiero animar a todos aquellos que leyendo las señales de los tiempos tienen la valentía de oponerse a la corriente que arrastra a la destrucción.

Pienso en el político que cree y lucha por el bien común, en el maestro que se entrega a sus alumnos, en el policía que se niega a obedecer al Estado perverso que sólo ve en el ciudadano un contribuyente, en el empresario que trabaja al lado del obrero, en el médico que ve al paciente por encima de la enfermedad, en fin, y en tantos otros.

Quiero sentirme al lado de todas aquellas personas que vivencian la conexión entre su yo y los otros yoes, y que saben que sin un tú el yo se vuelve anoréxico y muere.

sábado, 11 de septiembre de 2010

*Los hechos y su significado

Lo bueno de tener memoria es que siempre puedes recuperar lo vivido, y aunque en muchas ocasiones es mejor olvidar, otras veces nos ayuda a pensar.

Hace apenas un mes, sentada en un parque de una ciudad alemana, observé a unos jóvenes fornidos, vestidos de coronel tapioca, arrastrando modernos rickshaws en los que suelen ir sentados dos adultos. Y con esa imagen en mis pupilas recordé la sensación de tristeza y pesadumbre que me produjo ser uno de esos adultos que se dejaba llevar por las calles de Vanarasi, en la India, el verano pasado.

El término rickshaw proviene del japonés “jinrikisha”, en el que “jin” significa persona, “riki”, fuerza y “sha”, carruaje; es decir, carruaje arrastrado por un hombre. Se usa como taxi en países en vías de desarrollo, y en los tiempos que vivimos, también en países desarrollados. Pero, aun siendo en apariencia un mismo hecho, no significan la misma realidad. ¿Qué cambia? Cambia el contexto.

En la India es un modo de sobrevivir, los hombres que los conducen están famélicos, cansados y apenas si pueden pedalear. Subir en uno de esos carruajes como ciudadano de un país desarrollado te hace sentirte inhumano, lo que te impide disfrutar del paseo; sólo piensas en su cara de agotamiento y algo te dice que si pudieran elegir, se dedicarían a otra actividad.

En el mundo occidental, en cambio, no es más que un sistema de transporte alternativo y ecológico; quienes trabajan en ello no lo hacen para sobrevivir, sino porque quieren, o tal vez para quemar el exceso de calorías en un modo de vida donde comer está sobredimensionado.

Y me preguntaba, si sería tal vez el significado del hecho, lo que me produjo aquella penosa sensación que se quedó como recuerdo para siempre en mi memoria. Y es que, la falta de libertad acongoja siempre porque nos recuerda que la esclavitud es enemiga de la alegría. Poder elegir nos da la oportunidad de saber qué somos capaces de hacer, y de aprender de las equivocaciones.