domingo, 19 de diciembre de 2010

*Triste ¡Feliz Navidad!

Qué difícil me resulta pronunciar las palabras ¡Feliz Navidad! Es lo que siento en estos momentos, y me pregunto si les pasará lo mismo a mis vecinos.
Percibo enfado y desánimo en la gente. Y por más que intento buscar razones por las que seguir luchando día a día, hoy me cuesta.

Me duele la indiferencia de los que tienen el poder en sus manos y no toman las decisiones adecuadas para que los ciudadanos podamos mantener la ilusión por construir un clima de cercanía y ayuda mutua.

Y tengo miedo, porque sé que la rabia es una emoción que, igual que te ayuda a sobrevivir, te puede destruir; y que el odio es un sentimiento terrible que siempre busca víctimas para alimentarse en una espiral que termina, inevitablemente, en dolor, muerte y desolación.

La bajada de sueldos, la subida de precios y de impuestos, el retraso y recorte de una jubilación merecida, esa Ley Sinde que amenaza con coartar la libertad de expresión y legitimar la censura, las reformas laborales que empobrecen aún más a los más pobres, las leyes represivas antitabaco y anti todo, la creciente delincuencia, la expansión de la droga, el creciente paro, esos jóvenes sin posibilidad de seguir adelante con su ciclo normal de vida porque no tienen trabajo...

Son tantas las medidas que vulneran los derechos fundamentales de los ciudadanos que siento una opresión en el pecho que me ahoga, me entristece y me asusta. Y lo peor de todo es que no veo una forma pacífica y serena de que las cosas cambien, porque los que deben cambiarlas se lavan las manos como Poncio Pilatos.

Y en medio de todo este decorado, nace el Niño en un pesebre. Y me cuesta esbozar una sonrisa y acogerlo entre mis brazos, porque lo que me invade es el enfado y la rabia contra los hombres malos.

Así que una parte de mi os desea de corazón una Feliz Navidad, y otra, indignada ante tanta injusticia, lo que quiere es ver en la cárcel a todos los responsables de tanto dolor y desigualdad.

Creo que ya va siendo hora de que cada cual salga en la foto que le corresponde: en la de los hombres de buena voluntad, o en la de los corruptos y malvados. Tanta tibieza moral empieza a provocarme náuseas.

jueves, 2 de diciembre de 2010

*El miedo a asumir retos


Fue un día de Noviembre, dentro del I Foro “Juventud y violencia” de Torrijos, cuando nos invitaron a participar en la elaboración de un vídeo. La respuesta de mis alumnos fue:

-No, Carmen, que nos da vergüenza -respondieron todos.

-Lo entiendo -les dije-, pero creo que es una experiencia nueva y deberíais asumir el reto.

Después de cinco minutos se apuntaron seis alumnos.

Costó tres horas grabar las imágenes, estaban nerviosos, no les salía la voz; pero poco a poco, repitiendo una y otra vez, las frases se pronunciaban con más alegría, se iban metiendo en el papel, ellos mismos se autocorregían y nacían en su interior las ganas de hacerlo mejor.

Fue una tarde divertida, aprendimos el valor del trabajo en grupo, la alegría de compartir experiencias, el calor de apoyarnos los unos a los otros, de reírnos, de sentirnos acompañados y queridos.

Cuando el día de la inauguración del foro en el Palacio de Pedro I, vimos el resultado final en pantalla grande, nos quedamos todos asombrados, orgullosos, felices.

Creo no equivocarme si digo que se sintieron contentos de su trabajo, sobre todo por haber sido capaces de superar el miedo. Incluso, alguien del grupo se atrevió a animar a sus compañeros a vivir experiencias que implicaran enfrentarse a la vergüenza, a la timidez o, simplemente, a la apatía, entendiendo que ésta es la única forma de crecer.

jueves, 25 de noviembre de 2010

*Un silencio culpable

A raíz del I Foro de “Juventud y violencia”, celebrado en Torrijos entre el 15 y el 20 de Noviembre, pude participar, junto con mis alumnos, en varias actividades organizadas por el Ayuntamiento. Una de éstas fue realizar un programa de radio con un grupo de 16 chavales sobre el tema de la violencia.

En los días previos al programa nos reunimos todos para decidir de qué íbamos a hablar y cómo organizarlo. De nuestras conversaciones salieron aspectos que me parecen preocupantes y que voy a comentar con el único fin de despertar la conciencia sobre estos problemas y romper de una vez con el pasotismo y la ceguera de ciertos adultos.

Varios de mis alumnos me comentaron que cuando practican deporte, como el fútbol, sufren humillaciones por parte de algunos compañeros que, por ser mejores jugadores, se comportan de forma agresiva y déspota con ellos. Lo hacen porque saben que quien debe frenar este comportamiento, no hará nada y, por tanto, sus abusos no tendrán ninguna consecuencia negativa para ellos.

Voy a guardar silencio sobre la naturaleza de estos actos vejatorios porque no es el morbo lo que me impulsa a escribir estas palabras, sino la indignación con los responsables de esa actividad, que consienten tales actos, mirando cobardemente hacia otro lado.

Me pregunto, ¿qué pretenden estos formadores deportivos cuando se dedican a entrenar a chavales? ¿Ganar al precio que sea, aunque la victoria lleve sobre sus espaldas el dolor profundo de muchos niños para quienes el fútbol es la actividad que más les gusta, pero que, por no ser tan diestros, se convierten en víctimas de “las figuras” del equipo?

Creo que esta conducta adulta es despreciable, sobre todo porque estamos hablando de chicos menores de edad con ilusión por el deporte, pero sin armas para luchar contra la chulería de los que se creen mejores, o contra la presión de unos padres irracionales para quienes la victoria es lo único que cuenta.

Y lo más penoso es que la indefensión de estos chicos esté fomentada por la pasividad de aquellos que deberían defenderlos: los llamados “entrenadores”, que, al parecer, no sólo han perdido el norte, sino que, además, desconocen el significado profundo de lo que es educar a través del deporte.

lunes, 8 de noviembre de 2010

*Sueño con gigantes

El viernes pasado, por invitación del Ayuntamiento, fui al cine con mis alumnos para ver Invictus, y debo reconocer que la película me emocionó.

Es, tal vez, esa capacidad maestra de ver a los seres humanos que se esconden debajo de las etiquetas, lo que más me impresionó del personaje que nos intenta presentar la película.

Camino de mi casa, pensé: ¿Tendremos la suerte los españoles de contar algún día con un gigante humano de este nivel? ¿Verán mis ojos a un alma grande e imperturbable, que asumiendo su rol de político, logre considerar al del otro partido como un compañero más del equipo de gobierno?

Tal vez entonces, los españoles seamos capaces de construir un verdadero país unido, y no siempre amenazado por la división y la lucha por el poder. Nelson Mandela lo logró ni más ni menos que con negros y blancos, entre los cuales sólo existía odio y ansias de venganza en ese momento histórico tan delicado.

Evitó una matanza como tantas otras en la historia de la Humanidad; consiguió lo que sólo puede lograr un espíritu libre y grande: hacer las cosas bien. Fue capaz de apelar a lo mejor del ser humano, de transformar un símbolo que representaba la opresión blanca sobre los negros en un emblema de la fuerza y la unidad de todos los habitantes de un país dividido. Sólo un hombre incorruptible y consciente de su misión tiene la fortaleza de espíritu para expresar lo que significa perdonar a los enemigos.

Entendí que todo político debería aprender de Mandela, que supo olvidar el lado oscuro del pasado y poner su mirada en las cosas que tenemos en común más que en las diferencias.

Habría que liberarse de la esclavitud de las ideologías y de los bandos políticos, y trabajar juntos creando nuevas realidades para todos los ciudadanos que vivimos aquí, en este lugar accidental en el que nos ha tocado nacer.

miércoles, 20 de octubre de 2010

*Los idiotas modernos

Fue por casualidad, mientras preparaba un texto de Aristóteles, cuando descubrí que la palabra “idiota” tiene su origen en el término latino “idiota idiotae”, que a su vez proviene del griego, donde significaba lo privado, lo particular, lo personal.

Con idéntica raíz encontramos en nuestra lengua dos términos más que apuntan hacia ese mismo significado de particularidad y privacidad. Uno es “idiosincrasia”, que significa modo de ser, carácter o temperamento; el otro es “idioma”, y hace referencia a la lengua propia de un determinado lugar.

Pues bien, el idiota era aquél que se preocupaba sólo de sí mismo, de sus asuntos personales, sin prestar atención a los asuntos públicos.
Pasó que como en la Antigüedad griega, y posteriormente en la romana, las cuestiones públicas eran algo serio y de vital importancia para los hombres libres, la palabra evolucionó y su uso se redujo a la categoría de insulto.

¿Por qué? Porque aquél que sólo se ocupaba de lo suyo era alguien despreciable en una sociedad donde existía la convicción de que participar en política, tomando las decisiones importantes para que la vida comunitaria funcionase, era una de las ocupaciones más nobles y mejor consideradas.

Ahora comprendo por qué llevo tiempo, demasiado ya, sintiendo esas enormes ganas de llamar a mis dirigentes nacionales, e incluso a otros de ámbito local, idiotas. No se trata de un simple insulto, que bien ganado lo tienen, sino que además recoge el significado originario de la palabra. Desde que lo sé me siento más tranquila; creo que hasta duermo mejor, porque entender las cosas siempre me da tranquilidad.

Ya sólo queda que los ciudadanos no “idiotas” elaboremos una estrategia para meter a nuestros políticos en “La máquina del tiempo” y enviarlos a la Antigüedad grecorromana, a ver si recuperan, de una vez por todas, aquel espíritu que se tomaba en serio las cuestiones públicas. Mientras tanto, nosotros, los de a pie, intentaremos recobrar el valor de la asamblea y del diálogo para entre todos buscar las mejores soluciones para el mayor número de personas.

viernes, 1 de octubre de 2010

*La costilla de la discordia

Cuando de niña leí por primera vez aquella frase de la Biblia que dice “No es bueno que el hombre esté solo”, que expresaba un pensamiento divino, y como a continuación Dios creó a la mujer de una costilla de Adán para que tuviese una compañera, algo se revolvió dentro de mí provocando una reacción de rebeldía. Esta frase me cayó entonces antipática, porque reflejaba una especie de inferioridad metafísica: ¿por qué esa necesidad de ser parte del varón? Parecía algo así como una maldición de nacimiento que nos situaría siempre en desventaja con respecto al otro género.

Ahora, desde los ojos de la madurez y con unos cuantos libros leídos, entiendo que esa frase lo que realmente venía a significar es la necesidad del género masculino de su propia costilla.

Me explico: si observamos un poco la cuestión, es fácil darse cuenta de que la naturaleza nos dotó a las mujeres del regalo de la maternidad y con ella de la posibilidad de ser más autónomas que el varón. Desde que nacemos tenemos la capacidad de dar vida y con ella la destreza de saber cuidar de otros. Somos cuidadoras por naturaleza, como dicen los filósofos, y aunque es cierto que si los hombres se empeñan pueden llegar a serlo, para nosotras las mujeres es casi pan comido.

Saber cuidar de alguien nos habilita para saber cuidar de nosotras mismas, con o sin hombres. Ellos, en cambio, tienen que empeñarse en valerse por sí mismos y lo primero que tienen que hacer es alejarse del cuidado de sus madres en un momento determinado.

Así pues, la frase mencionada al principio bien podría interpretarse como un aviso para los hombres de su dificultad para ser autónomos y de lo mucho que tendrían que crecer para vivir con una costilla menos.

Pero entiendo que también era un mensaje para las mujeres, recordándonos que cuidar de otro no es un fin en sí mismo, sino una colaboración en la cadena natural, lo cual implica comprender el diferente punto de partida de los géneros y el empujón que debemos dar a nuestros hijos varones para que alcancen su independencia.

jueves, 16 de septiembre de 2010

*Héroes de la calle

Corren tiempos difíciles para el entusiasmo porque los enemigos son muchos y los creyentes en su fuerza pocos, pero este mismo hecho nos conecta con el lado mágico que tenemos los seres humanos cuando nos sentimos partícipes de las grandes hazañas.

Hace falta coraje en nuestra sociedad y el firme convencimiento de que todo lo que intentamos hacer, desde el niño que guardamos dentro, no es bueno para nosotros si no lo es para todos. Esta es la clave, la fuente inagotable de la energía positiva que nos transforma en corazones inteligentes.

En esta época, como la que vivimos, del “todo vale”, siempre hay voces que se atreven a decir: NO. La inercia del “y... ¿a mi qué?” tan viciada y decrépita, cansa y envilece. Plantarle cara es casi obligatorio si aún nos quedan ojos para mirar la sonrisa de un niño que reclama la oportunidad de vivir en un lugar donde haya esperanza y futuro.

Son momentos para la creatividad y las soluciones de verdad, generosas y altruistas. Son instantes donde lo pequeño tiene un inmenso valor si es ejemplarizante. Por eso, quiero animar a todos aquellos que leyendo las señales de los tiempos tienen la valentía de oponerse a la corriente que arrastra a la destrucción.

Pienso en el político que cree y lucha por el bien común, en el maestro que se entrega a sus alumnos, en el policía que se niega a obedecer al Estado perverso que sólo ve en el ciudadano un contribuyente, en el empresario que trabaja al lado del obrero, en el médico que ve al paciente por encima de la enfermedad, en fin, y en tantos otros.

Quiero sentirme al lado de todas aquellas personas que vivencian la conexión entre su yo y los otros yoes, y que saben que sin un tú el yo se vuelve anoréxico y muere.

sábado, 11 de septiembre de 2010

*Los hechos y su significado

Lo bueno de tener memoria es que siempre puedes recuperar lo vivido, y aunque en muchas ocasiones es mejor olvidar, otras veces nos ayuda a pensar.

Hace apenas un mes, sentada en un parque de una ciudad alemana, observé a unos jóvenes fornidos, vestidos de coronel tapioca, arrastrando modernos rickshaws en los que suelen ir sentados dos adultos. Y con esa imagen en mis pupilas recordé la sensación de tristeza y pesadumbre que me produjo ser uno de esos adultos que se dejaba llevar por las calles de Vanarasi, en la India, el verano pasado.

El término rickshaw proviene del japonés “jinrikisha”, en el que “jin” significa persona, “riki”, fuerza y “sha”, carruaje; es decir, carruaje arrastrado por un hombre. Se usa como taxi en países en vías de desarrollo, y en los tiempos que vivimos, también en países desarrollados. Pero, aun siendo en apariencia un mismo hecho, no significan la misma realidad. ¿Qué cambia? Cambia el contexto.

En la India es un modo de sobrevivir, los hombres que los conducen están famélicos, cansados y apenas si pueden pedalear. Subir en uno de esos carruajes como ciudadano de un país desarrollado te hace sentirte inhumano, lo que te impide disfrutar del paseo; sólo piensas en su cara de agotamiento y algo te dice que si pudieran elegir, se dedicarían a otra actividad.

En el mundo occidental, en cambio, no es más que un sistema de transporte alternativo y ecológico; quienes trabajan en ello no lo hacen para sobrevivir, sino porque quieren, o tal vez para quemar el exceso de calorías en un modo de vida donde comer está sobredimensionado.

Y me preguntaba, si sería tal vez el significado del hecho, lo que me produjo aquella penosa sensación que se quedó como recuerdo para siempre en mi memoria. Y es que, la falta de libertad acongoja siempre porque nos recuerda que la esclavitud es enemiga de la alegría. Poder elegir nos da la oportunidad de saber qué somos capaces de hacer, y de aprender de las equivocaciones.

lunes, 26 de julio de 2010

*Vivir bajo el miedo

Del 4 al 14 de Julio estuve en Jerusalén participando en un seminario sobre la Shoá, que es como denominan los israelíes al holocausto perpetrado por la Alemania nazi durante la segunda Guerra Mundial y que costó la vida a más de 6 millones de judíos por el solo hecho de serlo.

La monstruosa ideología que movió a los nazis a exterminar al pueblo judío diseminado por toda Europa también extendió su acción aniquiladora sobre otros grupos: los homosexuales, los discapacitados, los indigentes, los gitanos, los republicanos o los, simplemente, no adeptos al régimen nazi.

Tratar de entender esta singular barbarie me ha llevado 100 horas de estudio, pero la sensación de indefensión, pánico y vergüenza ajena frente a mentalidades de esta naturaleza creo que me acompañará toda la vida.

Una cosa me ha quedado muy clara: no hay amenaza más perversa y peligrosa para una sociedad que el fanatismo totalitario. Sus armas son la supresión de todo derecho y libertad individual y la implantación de la violencia y el miedo. Su éxito: lograr que todos los miembros de la comunidad, divididos en víctimas y en verdugos, dejen de comportarse como seres humanos; los verdugos porque son convertidos en criminales, y las víctimas porque, sometidas a situaciones límites de hambre y hacinamiento, se transforman en supervivientes deshumanizados bajo el peso del horror y la feroz ley del más fuerte. Esto explica que en los guetos judíos las mejores personas, junto con las más indefensas, fueran, por lo general, las primeras en morir.

Otra terrible consecuencia del genocidio nazi fue que aquellos que en principio no se hallaban ni en el grupo de las víctimas ni en el de los verdugos, pasaron a ser observadores pasivos, situación que también los destruyó, porque algo esencial muere en aquel que se limita a mirar hacia otro lado cuando sus ojos se topan con la brutalidad y el sistemático exterminio de millones de seres humanos, ancianos, adultos y niños.

Debemos aprender la lección y defender nuestro sistema de libertades, a pesar de sus defectos, porque ninguna democracia está inmunizada contra el totalitarismo. No podemos quedarnos impasibles ante movimientos sociales o actitudes personales que se nos imponen por la fuerza o la violencia, pues sólo con el diálogo y el consenso basados en la justicia y en la fraternidad es posible construir sociedades humanas dignas de ser llamadas así.

Fui a Jerusalén en busca de algunas respuestas y volví con un montón de preguntas. La primera sería: ¿qué nos enseña la Shoá del pueblo judío? El último exponente del seminario concluyó afirmando que era necesario conservar la memoria de la Shoá porque forma parte de la historia del pueblo judío, pero que también había que empezar a cicatrizar heridas si no querían ser víctimas del holocausto de por vida.

¿Qué quiso decir con estas palabras? Pues que, aún hoy, muchos israelíes viven bajo el miedo a ser perseguidos y aniquilados de nuevo. Es este temor el que hace que, para protegerse, inconscientemente se refugien en su identidad tribal de "pueblo elegido" y eternamente perseguido, lo cual no deja de ser un paradójico “retorno al gueto”. Tal vez sea esta especie de paranoia colectiva la razón por la que el Estado de Israel obliga a todos sus ciudadanos y ciudadanas, una vez terminados sus estudios básicos, a realizar tres años de servicio militar, donde son instruidos para participar en los conflictos armados que surjan, como los ya vividos con el Líbano, Siria o, actualmente, con los palestinos.

Y me pregunto: ¿merece la pena vivir una vida bajo la continua sospecha y desconfianza hacia todo lo externo al grupo endogámico? ¿Tiene razón de ser vivir en un permanente estado de amaneza y de guerra? ¿Es sano cargar sobre la conciencia colectiva el sufrimiento de miles de palestinos, justificándolo desde la memoria histórica de su propio sufrimiento ante los nazis?

Creo en el valor de la memoria tanto como en el valor del perdón. Y pienso que sólo una educación emocional basada en estos dos valores permitirá a un pueblo masacrado, como lo fue el judio, superar el lado trágico de su historia y volver a confiar en "los otros", dejando de ver el mundo en términos de “nosotros” y “ellos”.

Esta transformación implica educar en el amor y en la compasión, implica comprender y compartir el dolor del otro, implica, en fin, despegarnos de nuestra indiferencia hacia todo lo que no sea “lo nuestro” y sentirnos y tratarnos todos como iguales.
Recuerdo algo que nos contaron sobre una mujer judía confinada en un campo de exterminio. Un militar de la SS que topó con ella le preguntó: ¿y tú quién eres? Y ella contestó: un ser humano. Pudo haber respondido apelando a cualquier característica particular que la definiese, pero decidió recordar a su agresor que ambos eran lo mismo: seres humanos. Muy sabia respuesta.

Si algo he echado de menos en el seminario es esta educación emocional en el “después” del holocausto. Tal vez esto explique el hecho de que todas las miradas con las que me he ido encontrando durante estos días no me miraran a mí, y si lo hacían, fuera de reojo, huyendo del encuentro sincero entre seres humanos iguales y valiosos. He percibido en esas miradas la desconfianza y el recelo, cosa que me entristece porque en mi esfuerzo por comprender lo que sucedió en aquellos años malditos del siglo pasado había una actitud de generosidad y de acercamiento sincero y abierto.

Sólo me queda desearle al pueblo israelí sabiduría y valentía en su proceso de superación del pasado para que sus futuras generaciones sean capaces de liberarse del desesperanzador peso de ser “víctimas de la injusticia”. Porque lo peor de ser víctima no es el dolor sufrido, sino las secuelas que nos impiden apreciar la belleza de la vida en toda su extensión y riqueza.
Hay una frase que ilumina muy bien este tema: “es mejor sufrir una injusticia que cometerla”. La dijo Sócrates, que prefirió morir injustamente, antes que dejar de comportarse como un ser humano íntegro y coherente con lo que enseñaba.

sábado, 3 de julio de 2010

*Éxito y reconocimiento

¿Qué es el éxito? Según a quien preguntemos obtendremos diversas respuestas.

Para mí es apasionarse con nuestro quehacer, disfrutando a cada instante sin importar los resultados. Se trata de una vivencia única que achica el tiempo transformando los segundos en intensidad vivida. Cuando consigues instalarte en este estado, la vida vuela y la satisfacción interior crece llenándote los pulmones de ilusiones nuevas.

Si además, de forma inesperada, llega el reconocimiento a tu concienzuda tarea, la alegría estalla y la reacción inmediata es conectar con las personas a quienes quieres de verdad para comunicárselo y que se alegren contigo. Es un instante de pura exaltación que te sube a las nubes, una embriaguez que por un momento te hace sentir como "la reina del mambo".

El proceso del éxito es largo, silencioso, preciso y duradero, mientras que el reconocimiento es intenso, explosivo, breve y perecedero. En la construcción del éxito mandas tú, pues tú decides y de ti depende todo. Te sientes libre, creativo y satisfecho. El reconocimiento, en cambio, siempre llega de la mano de los otros. Esa valoración exterior de tu tarea te hace sentir feliz, sí, pero sabes que lo realmente importante ha sido el arduo proceso que te ha conducido hasta allí.

No miento si digo que esta experiencia la hemos vivido mi amigo Quique y yo trabajando juntos en tres blogs que nacieron en septiembre de 2009 con la idea de utilizar la red como medio para educar. En ellos han participado muchos alumnos de ESO y de bachillerato mediante sus actividades y comentarios a los textos y canciones allí expuestos. Han sido muchas las horas dedicadas a esta aventura, e ilusionantes los resultados obtenidos con nuestros alumnos. Hacerlo y vivirlo cada día con ellos ha sido nuestro éxito.

Y el reconocimiento ha venido de la mano de Europa a través del "II Concurso de Blogs Espacio Europa". Nuestro blog “Cartas devueltas” ha ganado el 1º premio como blog educativo y estaremos en Bruselas el día 14 de Julio representando a España.

Por esto, queremos compartir nuestra alegría con vosotros, y muy especialmente con los coprotagonistas de esta aventura: los alumnos que han llenado de sentido nuestra dedicación al blog.

¡Enhorabuena chicos y chicas! Hemos tenido éxito y, además, reconocimiento.

domingo, 13 de junio de 2010

¿Quieres un abrazo comunitario?

Hay un lado en nuestro ser humano que transforma, que es capaz de convertir en segundos la mezquindad en inocencia, que acoge el dolor de verdad y lo alivia.

¿Qué misterio guarda la vida en su interior que es capaz de transformar el sufrimiento inútil -fruto de la envidia, el miedo o simplemente la sinrazón- en un acto espontáneo de generosidad?

Qué cerca queda lo bueno de lo malo. Esa línea tan sutil y tan sencilla de atravesar cuando nos domina el orgullo o la prepotencia, golpeando al otro con nuestra propia insatisfacción vital.

Pero justo en ese dolor que retuerce las entrañas, nacen flores que te besan con sus pétalos y mariposas que vuelan hacia ti, llevándose partes de tu pesar entre sus alas para que pese menos.

Y sientes que el aire te abre los pulmones ayudado por los abrazos que, como un halo mágico, te calman y protegen de los francotiradores y sus irracionales ansias de disparar.
Existiendo la alegría de vivir, ¿no es absurdo dedicar la vida a entristecer la vida de los demás? Es algo que a menudo me pregunto.

Ojalá sepa yo ser mariposa o flor que se impregne del dolor, sea de quien sea, para hacerlo más liviano. Que no sienta el sufrimiento del otro como algo insoportable, como una agresión a mi calidad de vida, sino, muy al contrario, como una oportunidad para vivir la calidad humana.

Esta reflexión me la inspiraron tres de mis alumnas -Mónica, Maite y Judit- una mañana gris de Junio y con vosotros la he querido compartir, deseando que digáis conmigo: ¡Sí, quiero “un abrazo comunitario”!

miércoles, 19 de mayo de 2010

*Palabras que lían el corazón

Leyendo un artículo sobre relaciones personales me encontré con una palabra: amigovio. Y me pregunté si el término se habría inventado para describir una nueva realidad social o si sería el reflejo de nuestra creciente confusión en este tema.

Siguiendo con la reflexión se me ocurrieron tres formas de interpretarlo:

-Una primera sería un amigo con el que mantenemos relaciones sexuales de forma oculta.

-La segunda haría referencia a una persona que nos gusta mucho pero que, presintiendo que si lo llamamos novio saldrá huyendo, preferimos retenerlo llamándolo amigo.

-La tercera sería alguien de nuestro entorno habitual con el que practicamos sexo sin ningún proyecto de futuro.

Lo que tienen en común las tres interpretaciones es que describen un tipo de relación que queda recluída en la intimidad de los afectados y como en una especie de stand by, es decir, como bloqueada fuera del tiempo y del espacio; algo así como inexistente para los otros. Es intimar con alguien sin costo alguno, aunque no sé si el concepto intimar tendría cabida en este tipo de interacción.

Se me ocurre que una relación así tiene las ventajas de la “amistad” y nos satisface las necesidades como amantes, además de liberarnos de obligaciones y exigencias que no deseamos. Mantenemos a salvo nuestra individualidad y todo se nos perdona. Gozamos de libertad de acción y si aparece el temido peligro de consecuencias no deseadas siempre podemos soltar la frasecita: “tú y yo no somos nada”.

Ocurre que al liar las palabras se nos lía el corazón y resulta que ya no podemos contar a ese amigo que nos gusta mucho fulanito, ni se nos puede escapar delante del tal fulanito que la noche pasada la pasamos con nuestro amigo. Tampoco parece muy buena idea presentar al amigovio a nuestra nueva conquista por si salta nuestro lado más irracional y la liamos.

El resultado es que la vida se nos fragmenta en compartimentos separados en los que representamos un rol: amigo, amante, rollo, amigovio…, cuando tal vez lo único permanente y auténticamente real sea nuestra necesidad de amar y sentirnos amados.

jueves, 29 de abril de 2010

*Somos libres, sin excusas

Hace tiempo leí una historia en la que una extraña mujer disfrazada de ninfa se acercó un día a una cantera donde cientos de hombres trabajaban picando piedras durante largas horas. Lo primero que hizo fue mirar las caras de todos aquellos trabajadores y finalmente eligió a dos de ellos por su marcada y diferente expresión en el rostro.

Acercándose al primero le preguntó: ¿Qué te sucede? A lo que él respondió: estoy harto de hacer cada día lo mismo, odio mi trabajo; sus palabras denotaban tristeza, amargura, cansancio...

Se aproximó al segundo y le preguntó: ¿Por qué tienes esa expresión de alegría en tu cara? Y éste contestó: porque ya me queda poco para terminar mi catedral.

La pregunta que nos surge es: ¿Por qué dos respuestas tan distintas en las mismas circunstancias? ¿De qué depende?

Todos sabemos la respuesta: de nosotros mismos. Es absurdo pensar que es “el afuera” lo que nos salvará de la rutina. Tenemos mucho potencial dormido dentro de nosotros, sólo necesitamos creer en ello. Estar bien no es un estado que se alcanza por las circunstancias; no nos faltan ejemplos de gente que lo tiene todo y lo que trasmite no es precisamente alegría. Y podríamos encontrar tantos otros de personas con circunstancias extremadamente duras, incluso enfermas, que nos comunican paz y entusiasmo.

Construyamos, pues, nuestra catedral particular donde poder guarecernos de la rutina, la cotidianidad y el vacío estúpido de los que piensan que son las circunstancias las responsables de lo que somos. Ya lo señaló Ortega y Gasset, “yo soy yo y mis circunstancias”.

Lo que esta frase indica no es que podamos justificar nuestra amargura y victimismo porque las circunstancias de nuestra vida sean o hayan sido negativas; lo que quiere decir es que los elementos externos nos configuran, nos determinan, pero lo que realmente cuenta es lo que nosotros seamos capaces de hacer con esas condiciones.

Ahí está la cuestión, nuestro poder transformador de las circunstancias es el lado humano de la realidad que se impone. Y ese lado puede rescatarnos de los grises y agrios zarpazos de la vida… si así lo decidimos. Y es que, como dijo Sartre, “somos libres, sin excusas”.

jueves, 8 de abril de 2010

*Los bebés gigantes

Aprendemos a amar desde el primer contacto que tenemos con los brazos que nos acogen. Si nos abrazan con indiferencia o con demasiado recelo, este hecho influirá en nuestras futuras relaciones con los otros y en la persona que llegaremos a ser.

Cyrulnik, en su libro “El amor que cura”, nos habla de niños echados a perder como la fruta para referirse a dos malformaciones afectivas producidas, una por la carencia de afecto y la otra por un exceso de atenciones y cariño.

En el primer caso, el niño que sobrevive en un entorno desprovisto de afecto se desarrolla centrándose en sí mismo, y el hecho de amar a otro le aboca a una experiencia que, por desconocer, le angustia.

En el segundo caso, el niño cebado de afecto aprende a convertirse en el centro del mundo, generando una indiferencia afectiva hacia los demás.

Como vemos, ambos extremos crean dos formas empobrecidas de relación con el otro.

Me voy a centrar en el segundo caso, conocido como “los bebés gigantes”, porque pienso que es el más preocupante en nuestra sociedad actual.

“Los bebés gigantes” viven aislados del mundo, están adormecidos, son pasivos y temerosos. Les cuesta consolidar una personalidad porque el exceso de mimo les asfixia haciéndoles dependientes de sus padres.

Esta pasión ciega por la infancia está dando sus frutos: hijos narcisistas, centrados en sí mismos, pero, al mismo tiempo, inseguros y dependientes del núcleo familiar.

En casos extremos responden al perfil del hijo que maltrata a sus padres como la única salida de esa prisión afectiva tejida por unos padres que no saben crear lazos afectivos que construyan personas autónomas y maduras.

Padres y madres del siglo XXI, si no asumimos la autoridad (con sus dos significados sabiduría y poder) frente a nuestros hijos, puede que un día terminemos en la comisaría denunciándoles para que nos protejan de la violencia de la que de alguna manera habremos sido corresponsables.

Y es que en educación no vale todo. Y, aunque lo hayamos olvidado, todos sabemos que “quien bien te quiere te hará llorar”... alguna vez.

sábado, 13 de marzo de 2010

*Tu lugar en el mundo

Es algo que me sucede de vez en cuando, lo cual hace que me pregunte si es que el peso de los días vividos deja huella en el cerebro. Es una sensación de adiós, de despedidas definitivas para dar paso, tal vez, a vivencias de verdad.

No hay espacio para la nostalgia porque ocupa mucho en una vida que mira hacia adelante. Se trata de una sensación de separación de lugares, de personas, de experiencias. Sabes que no volverán a tu vida nunca más. Cierras capítulos. Pero no sientes pena. Es la certeza de que debes dejar espacio libre para lo que viene y que tanto tiene que ver contigo.
Por fin, has encontrado ese lugar en el mundo del que te echarán, sin duda, la muerte y su estúpida manía de aniquilar corazones, pero del que tú jamás te irás. Ha costado tanto encontrarlo, que tus pies echarán raíces sin suelo; sabes muy bien cuál es el fundamento que te nutre y te sostiene.

Si estuviéramos atentos a lo que nace cada día entre un pulmón y otro pulmón, amaríamos la vida hasta el extremo. Ya lo dice Jorge Bucay: ¡Búscate un amante!.
Eso es: algo que te apasione hasta el éxtasis. Lo que hace que olvides los relojes y que te hace vibrar. Que te esboza sonrisas a millares sin necesidad de mover los músculos de la cara. Aquello que te emociona hasta volverte la piel del revés.

Cuando lo encuentras, la paz y la alegría te embarazan para siempre, y los hijos no son ya de carne y hueso sino obras de arte. Se terminaron las historias mediocres que te roban energía con tibieza y sin colores. Y también los pseudo amigos con quienes intercambiar tiempo, favores y demás. No quieres amores civilizados. Y sólo te satisface la amistad de la que hablaba Aristóteles “La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas”.

miércoles, 17 de febrero de 2010

*Un brindis por el cambio

Dicen algunos estudios de psicología que si se quiere la armonía hay que buscar primero la igualdad.

Si recordamos “La parábola del hijo pródigo” y analizamos el mensaje, vemos que para el padre está claro lo que significa esta palabra: tratar a sus hijos de igual forma, independientemente de sus méritos.

Igualmente sucede en algunas sociedades colectivistas, donde lo que se valora es el bien del grupo y no el del individuo. No se pone el punto de mira en lo que cada uno se merece en función de su esfuerzo y sus dones, sino en el buen funcionamiento de la comunidad.

Me pregunto: ¿Cómo combinar estos dos polos de la cuestión? No podemos buscar lo beneficioso para la comunidad, olvidándonos del bien de los individuos que forman ese grupo, pero tampoco podemos obviar el bien común. Es por esta razón que las sociedades no prosperan demasiado, porque no es nada sencillo buscar la forma adecuada para equilibrar estos dos extremos.

Si pensamos en el ejemplo de “La parábola del hijo pródigo”, deducimos rápidamente que son los lazos afectivos los que ayudan al padre a sacar su corazón benévolo para entender la justicia, no de una manera proporcional a los méritos, sino como perdón y generosidad.

Lo que nos enseña el espíritu colectivista es a ser un poco menos egocéntricos, a saber perder un poco de lo que nos corresponde justamente, en favor de los demás. Pero este mirar por los demás también nos reclama ser desinteresados.

Después de esta reflexión, concluyo que la armonía exige igualdad, pero la igualdad pide generosidad, y para ser generosos necesitamos sentir que el otro nos importa, esto es, tenemos que establecer relaciones afectivas con él.

Esto es una utopía, lo sé. Pero si no creemos en los ideales no podremos construir sociedades más justas. Y si las sociedades dejan de ser armoniosas se convierten en sociedades violentas. Por tanto, aunque los ideales sean inalcanzables, sería sensato tratar, en la medida de nuestras posibilidades y libremente, de acercarnos un poco más a ellos antes de que sea demasiado tarde.

Propongo pues “un brindis por el cambio”, como hace la protagonista de la película “Diarios de la calle” a sus alumnos, invitándoles a salir de su mundo agresivo, gris y sin futuro. Y para ello, lo primero que hay que hacer es creer en que el cambio es posible.