El silencio abraza mi garganta evitando así que las palabras formen más pensamientos de desánimo, porque cuando se juntan todos en mi cabeza me inunda la tristeza. La parte sabia de mi cerebro sale al encuentro de las ganas de vivir y les grita: “No depende de ti lo que sucede en el mundo”. No, no depende de mí acabar con los mentirosos, los egoístas, los avariciosos, los que solo crean muerte y sufrimiento, los que solo buscan su propios intereses como si vivieran en un mundo sin los otros. Respiro profundamente, me tranquilizo y siento enormes deseos de que los perversos del mundo desaparezcan. Construyo una fantasía y me imagino que todos los que creemos en el buen hacer juntamos los dedos y creamos un círculo indestructible de energía luminosa a nuestro alrededor, con la que cegaríamos los ojos hundidos de los que jamás levantaron la mirada más allá de ellos mismos por si se cruzaban con alguien que les conmoviera su frío corazón. Todos los excluidos del círculo, de repente, están ciegos y como zombis caminan sin rumbo en plena oscuridad, de la que jamás saldrán porque las lágrimas de sus víctimas han creado un lago artificial helado que divide al mundo en dos para siempre. Es posible que emociones profundas como ésta, nacidas de la impotencia y la rabia dieran lugar a la creencia del paraíso o del Cielo y el Infierno. A mí hoy no me importaría que existiese un infierno eterno donde poder echar a todos los hombres y mujeres indiferentes al dolor de los demás; más aún, a todos aquellos que lo provocan por propio beneficio. ¿Será que me estoy volviendo inhumana? ¿Será que recojo la sed de justicia de todos mis conciudadanos, compañeros de vida del momento histórico? No lo sé, pero puedo aseguraros que me preocupa mucho el futuro de mis hijos y mis nietos, y por extensión, el de todos mis alumnos, que se esfuerzan cada día por aprender a ser personas.
miércoles, 13 de abril de 2011
martes, 5 de abril de 2011
*Lo que no es amor
Tener conciencia de que somos seres aislados, es decir, de que estamos solos, hace que nos sintamos desvalidos y esta vivencia insoportable nos lleva al amor, a buscar el encuentro con el otro, pero también nos puede llevar a formas de relación nada deseables y que muchas veces, de forma equivocada, llamamos amor.
Una de esas formas de superación de la soledad son las uniones orgiásticas que se practicaban en muchos rituales primitivos. Hoy las formas han cambiado y se llaman “redes sociales”, lugares de “encuentros”, nos sentimos conectados aunque no convivamos con los demás, sin embargo nos comunicamos, nos sentirnos menos solos. Todos sabemos que dentro de estas redes existen encuentros eróticos que son accidentales, esporádicos y periódicos. Y en muchas ocasiones, múltiples.
Millones de personas en el mundo no podrían soportar el silencio y el vacío si de repente no pudieran conectarse a la red. Si estoy dentro de una red me siento salvado de la terrible experiencia de la soledad, aunque las relaciones establecidas sean líquidas, como nos explica muy bien Zigmunt Bauman en su libro “El amor líquido” para referirse a la fragilidad de nuestros vínculos en la actualidad.
También existen formas inmaduras de amar que Fromm llama “unión simbiótica”: es la que mantienen dos personas que se necesitan el uno al otro psicológicamente.
La forma pasiva de esta unión sería la sumisión, donde uno de los integrantes se convierte en una parte de la otra persona, quien la dirige, la guía y la protege de tener que tomar decisiones y de correr riesgos; nunca está sola, pero no es independiente.
La forma activa de la sumisión es la dominación, que supera su sentimiento de soledad haciendo de otro individuo una parte de sí mismo. De esta manera se siente fuerte y seguro; en el extremo estaríamos frente a la persona sádica.
Este tipo de unión está en la base de los malos tratos, entendiendo por este término todo tipo de agresión entre las personas, ya sea entre compañeros de clase, entre hombre y mujer en la relación amorosa o incluso entre padres e hijos.
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