Compartir destino, dos palabras que hablan de acompañarnos voluntariamente en el camino de la vida. Me embarga una emoción profunda y sincera cuando pienso en todas las personas que se han mantenido a mi lado, de una u otra forma, durante un largo tiempo. Tiempos que construyeron mi destino, lo que hoy soy.
A veces me pesa lo vivido arrastrándome a la tristeza y creando pensamientos negativos sobre la realidad y las personas que me rodean. De forma automática luchas por evitar aquello que temes, en vez de centrarte en lo que quieres.
Dice Mario Alonso que “lo que el corazón quiere sentir la mente se lo acaba mostrando”, y me digo a mí misma con más fuerza que nunca: céntrate en lo que quieres sentir y encontrarás el camino para llegar a ello.
Lo que quiero sentir es alegría e ilusión. Quiero dejar de enfadarme con aquellos que siendo esclavos de sus prejuicios se creen poseedores de la verdad.
Me gustaría volver a sentir lo que mi corazón vivía en mi niñez: entonces pensaba que todas las personas éramos buenas y que los hombres éramos capaces de perdonar y luchar juntos por proyectos sinceros y auténticos.
Ahora entiendo la frase de Jesucristo narrada en el evangelio de San Marcos: “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos".
Ser como niños, no niños. No juzgar a los otros. No perder las ganas de hacer las cosas bien. Perdonar los errores propios y los de los demás, En síntesis: mantener las ganas de vivir, pero de verdad.
Sentir la alegría de vivir, como los niños, que incluso gravemente enfermos no pierden la sonrisa ni las ganas de jugar y encuentran el consuelo en el abrazo y en los mimos. A ver si recupero a mi niña del todo y mi corazón quiere lo suficiente como para que mi razón la encuentre.
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