Desde que nació el Movimiento 15-M hemos convivido a diario con la palabra indignación que es sinónimo de enojo, ira o enfado. Y con el paso del tiempo me doy cuenta de que ha habido distintas formas de entender esta palabra.
La primera está representada en el enfado que sintieron miles de ciudadanos y que les movió a echarse a la calle el 15 de Mayo como protesta por la situación económica y política en España. Esta acción civil pacífica pretendía acabar con el pasotismo ciudadano, crear conciencia crítica, mentalizarnos de nuestra fuerza si nos mantenemos unidos y recuperar el significado real de la democracia participativa.
La segunda manera de entenderla la representan aquellos que se sienten indignados ante la condescendencia mostrada por los gobernantes ante los manifestantes de las plazas, considerando que son elementos “anti-sistema”, anárquicos, extremistas de izquierda, okupas (dicho en tono despectivo), además de perro-flautas, drogadictos y “jipiosos”, entre otras lindezas.
Y estamos los que aún conservamos el sentido común suficiente como para saber hacer una lectura objetiva y no sesgada del movimiento, y que nos sentimos indignados por la cara dura de muchos adaptados que quieren que las cosas sigan como siempre porque les beneficia, que les asusta que los ciudadanos se manifiesten, critiquen y se conviertan en protagonistas de su destino.
Entre éstos se encuentran muchos profesores de las universidades de Filosofía de toda España y juntos han elaborado un manifiesto donde reclaman respeto por lo que ha sucedido remarcando los aspectos positivos de esta acción ciudadana:
Se ha recuperado el valor de la asamblea como lugar donde se discuten las decisiones políticas que nos afectan a todos. Nos hemos dado cuenta de que juntos podemos. No se busca ser un partido más porque consideran que es una trampa. Todos los participantes se representaban a sí mismos. Han mostrado el rechazo a pagar las equivocaciones de los que mandan y nos han dado un claro ejemplo de lo que es la desobediencia civil activa y no violenta. Y es que también hay maneras dignas de indignarse.
La primera está representada en el enfado que sintieron miles de ciudadanos y que les movió a echarse a la calle el 15 de Mayo como protesta por la situación económica y política en España. Esta acción civil pacífica pretendía acabar con el pasotismo ciudadano, crear conciencia crítica, mentalizarnos de nuestra fuerza si nos mantenemos unidos y recuperar el significado real de la democracia participativa.
La segunda manera de entenderla la representan aquellos que se sienten indignados ante la condescendencia mostrada por los gobernantes ante los manifestantes de las plazas, considerando que son elementos “anti-sistema”, anárquicos, extremistas de izquierda, okupas (dicho en tono despectivo), además de perro-flautas, drogadictos y “jipiosos”, entre otras lindezas.
Y estamos los que aún conservamos el sentido común suficiente como para saber hacer una lectura objetiva y no sesgada del movimiento, y que nos sentimos indignados por la cara dura de muchos adaptados que quieren que las cosas sigan como siempre porque les beneficia, que les asusta que los ciudadanos se manifiesten, critiquen y se conviertan en protagonistas de su destino.
Entre éstos se encuentran muchos profesores de las universidades de Filosofía de toda España y juntos han elaborado un manifiesto donde reclaman respeto por lo que ha sucedido remarcando los aspectos positivos de esta acción ciudadana:
Se ha recuperado el valor de la asamblea como lugar donde se discuten las decisiones políticas que nos afectan a todos. Nos hemos dado cuenta de que juntos podemos. No se busca ser un partido más porque consideran que es una trampa. Todos los participantes se representaban a sí mismos. Han mostrado el rechazo a pagar las equivocaciones de los que mandan y nos han dado un claro ejemplo de lo que es la desobediencia civil activa y no violenta. Y es que también hay maneras dignas de indignarse.