domingo, 13 de junio de 2010

¿Quieres un abrazo comunitario?

Hay un lado en nuestro ser humano que transforma, que es capaz de convertir en segundos la mezquindad en inocencia, que acoge el dolor de verdad y lo alivia.

¿Qué misterio guarda la vida en su interior que es capaz de transformar el sufrimiento inútil -fruto de la envidia, el miedo o simplemente la sinrazón- en un acto espontáneo de generosidad?

Qué cerca queda lo bueno de lo malo. Esa línea tan sutil y tan sencilla de atravesar cuando nos domina el orgullo o la prepotencia, golpeando al otro con nuestra propia insatisfacción vital.

Pero justo en ese dolor que retuerce las entrañas, nacen flores que te besan con sus pétalos y mariposas que vuelan hacia ti, llevándose partes de tu pesar entre sus alas para que pese menos.

Y sientes que el aire te abre los pulmones ayudado por los abrazos que, como un halo mágico, te calman y protegen de los francotiradores y sus irracionales ansias de disparar.
Existiendo la alegría de vivir, ¿no es absurdo dedicar la vida a entristecer la vida de los demás? Es algo que a menudo me pregunto.

Ojalá sepa yo ser mariposa o flor que se impregne del dolor, sea de quien sea, para hacerlo más liviano. Que no sienta el sufrimiento del otro como algo insoportable, como una agresión a mi calidad de vida, sino, muy al contrario, como una oportunidad para vivir la calidad humana.

Esta reflexión me la inspiraron tres de mis alumnas -Mónica, Maite y Judit- una mañana gris de Junio y con vosotros la he querido compartir, deseando que digáis conmigo: ¡Sí, quiero “un abrazo comunitario”!