Lo bueno de tener memoria es que siempre puedes recuperar lo vivido, y aunque en muchas ocasiones es mejor olvidar, otras veces nos ayuda a pensar.
Hace apenas un mes, sentada en un parque de una ciudad alemana, observé a unos jóvenes fornidos, vestidos de coronel tapioca, arrastrando modernos rickshaws en los que suelen ir sentados dos adultos. Y con esa imagen en mis pupilas recordé la sensación de tristeza y pesadumbre que me produjo ser uno de esos adultos que se dejaba llevar por las calles de Vanarasi, en la India, el verano pasado.
El término rickshaw proviene del japonés “jinrikisha”, en el que “jin” significa persona, “riki”, fuerza y “sha”, carruaje; es decir, carruaje arrastrado por un hombre. Se usa como taxi en países en vías de desarrollo, y en los tiempos que vivimos, también en países desarrollados. Pero, aun siendo en apariencia un mismo hecho, no significan la misma realidad. ¿Qué cambia? Cambia el contexto.
En la India es un modo de sobrevivir, los hombres que los conducen están famélicos, cansados y apenas si pueden pedalear. Subir en uno de esos carruajes como ciudadano de un país desarrollado te hace sentirte inhumano, lo que te impide disfrutar del paseo; sólo piensas en su cara de agotamiento y algo te dice que si pudieran elegir, se dedicarían a otra actividad.
En el mundo occidental, en cambio, no es más que un sistema de transporte alternativo y ecológico; quienes trabajan en ello no lo hacen para sobrevivir, sino porque quieren, o tal vez para quemar el exceso de calorías en un modo de vida donde comer está sobredimensionado.
Y me preguntaba, si sería tal vez el significado del hecho, lo que me produjo aquella penosa sensación que se quedó como recuerdo para siempre en mi memoria. Y es que, la falta de libertad acongoja siempre porque nos recuerda que la esclavitud es enemiga de la alegría. Poder elegir nos da la oportunidad de saber qué somos capaces de hacer, y de aprender de las equivocaciones.
Hace apenas un mes, sentada en un parque de una ciudad alemana, observé a unos jóvenes fornidos, vestidos de coronel tapioca, arrastrando modernos rickshaws en los que suelen ir sentados dos adultos. Y con esa imagen en mis pupilas recordé la sensación de tristeza y pesadumbre que me produjo ser uno de esos adultos que se dejaba llevar por las calles de Vanarasi, en la India, el verano pasado.
El término rickshaw proviene del japonés “jinrikisha”, en el que “jin” significa persona, “riki”, fuerza y “sha”, carruaje; es decir, carruaje arrastrado por un hombre. Se usa como taxi en países en vías de desarrollo, y en los tiempos que vivimos, también en países desarrollados. Pero, aun siendo en apariencia un mismo hecho, no significan la misma realidad. ¿Qué cambia? Cambia el contexto.
En la India es un modo de sobrevivir, los hombres que los conducen están famélicos, cansados y apenas si pueden pedalear. Subir en uno de esos carruajes como ciudadano de un país desarrollado te hace sentirte inhumano, lo que te impide disfrutar del paseo; sólo piensas en su cara de agotamiento y algo te dice que si pudieran elegir, se dedicarían a otra actividad.
En el mundo occidental, en cambio, no es más que un sistema de transporte alternativo y ecológico; quienes trabajan en ello no lo hacen para sobrevivir, sino porque quieren, o tal vez para quemar el exceso de calorías en un modo de vida donde comer está sobredimensionado.
Y me preguntaba, si sería tal vez el significado del hecho, lo que me produjo aquella penosa sensación que se quedó como recuerdo para siempre en mi memoria. Y es que, la falta de libertad acongoja siempre porque nos recuerda que la esclavitud es enemiga de la alegría. Poder elegir nos da la oportunidad de saber qué somos capaces de hacer, y de aprender de las equivocaciones.
Hola Carmen, me ha gustado este articulo porque veo una sensación que comparto totalmente, yo no he montado nunca un medio de transporte como el que cuentas. Pero yo creo, que podías mirar la parte buena de tu viaje en el “carro” como por ejemplo, ya que no puedes remediar el sufrimiento, y por una parte la esclavitud de esa persona, mira la parte en que has podido contribuir ayudándole con el dinero y que gracias a ti él y su familia ha tenido un plato ese día en la mesa. A sí que en vez de sentirte mal y tenerlo como un mal recuerdo, yo lo tendría como una “contribución”.
ResponderEliminarUna cosa que se me asemeja a esto y está más cercano a mí, son aquellos hombres, que se sitúan en las puertas de los supermercados haga calor o frío, llueva o granice, con la esperanza de vender un periódico (que poca gente compra) y aunque no lo compres siempre te dedicaran una amplia sonrisa.
Yo opino que todos tendríamos que contribuir comprando un periódico al mes, a nosotros no nos supone nada (quizás una coca-cola o unas chucherías menos), pero para ellos si que supone mucho.
Un abrazo Carmen
Hola, Sandra:
ResponderEliminarMe gusta tu forma de pensar, intentas ver el lado bueno de las cosas, y te lo agradezco porque a mi me cuesta a veces darme cuenta de él.
Y además, consideraré lo de comprar un periódico a estas personas que se ponen en la puerta de los supermercados, es una manera de cooperar, aunque no sea la perfecta.
Te voy a señalar algunos fallitos ortográficos:
- "Hola, Carmen:" y continúas escribiendo debajo.
- Artículo lleva tilde.
- Así, se escribe junto.
- Dedicarán lleva tilde.
- Sí, lleva tilde si es afirmativo.
Te faltan comas y puntos y coma pero, este aspecto te lo dejo para que lo mejores tú por ti misma.
Hasta pronto.