Corren tiempos difíciles para el entusiasmo porque los enemigos son muchos y los creyentes en su fuerza pocos, pero este mismo hecho nos conecta con el lado mágico que tenemos los seres humanos cuando nos sentimos partícipes de las grandes hazañas.
Hace falta coraje en nuestra sociedad y el firme convencimiento de que todo lo que intentamos hacer, desde el niño que guardamos dentro, no es bueno para nosotros si no lo es para todos. Esta es la clave, la fuente inagotable de la energía positiva que nos transforma en corazones inteligentes.
En esta época, como la que vivimos, del “todo vale”, siempre hay voces que se atreven a decir: NO. La inercia del “y... ¿a mi qué?” tan viciada y decrépita, cansa y envilece. Plantarle cara es casi obligatorio si aún nos quedan ojos para mirar la sonrisa de un niño que reclama la oportunidad de vivir en un lugar donde haya esperanza y futuro.
Son momentos para la creatividad y las soluciones de verdad, generosas y altruistas. Son instantes donde lo pequeño tiene un inmenso valor si es ejemplarizante. Por eso, quiero animar a todos aquellos que leyendo las señales de los tiempos tienen la valentía de oponerse a la corriente que arrastra a la destrucción.
Pienso en el político que cree y lucha por el bien común, en el maestro que se entrega a sus alumnos, en el policía que se niega a obedecer al Estado perverso que sólo ve en el ciudadano un contribuyente, en el empresario que trabaja al lado del obrero, en el médico que ve al paciente por encima de la enfermedad, en fin, y en tantos otros.
Quiero sentirme al lado de todas aquellas personas que vivencian la conexión entre su yo y los otros yoes, y que saben que sin un tú el yo se vuelve anoréxico y muere.