Hay un lado en nuestro ser humano que transforma, que es capaz de convertir en segundos la mezquindad en inocencia, que acoge el dolor de verdad y lo alivia.
¿Qué misterio guarda la vida en su interior que es capaz de transformar el sufrimiento inútil -fruto de la envidia, el miedo o simplemente la sinrazón- en un acto espontáneo de generosidad?
Qué cerca queda lo bueno de lo malo. Esa línea tan sutil y tan sencilla de atravesar cuando nos domina el orgullo o la prepotencia, golpeando al otro con nuestra propia insatisfacción vital.
Pero justo en ese dolor que retuerce las entrañas, nacen flores que te besan con sus pétalos y mariposas que vuelan hacia ti, llevándose partes de tu pesar entre sus alas para que pese menos.
Y sientes que el aire te abre los pulmones ayudado por los abrazos que, como un halo mágico, te calman y protegen de los francotiradores y sus irracionales ansias de disparar.
Existiendo la alegría de vivir, ¿no es absurdo dedicar la vida a entristecer la vida de los demás? Es algo que a menudo me pregunto.
Ojalá sepa yo ser mariposa o flor que se impregne del dolor, sea de quien sea, para hacerlo más liviano. Que no sienta el sufrimiento del otro como algo insoportable, como una agresión a mi calidad de vida, sino, muy al contrario, como una oportunidad para vivir la calidad humana.
Esta reflexión me la inspiraron tres de mis alumnas -Mónica, Maite y Judit- una mañana gris de Junio y con vosotros la he querido compartir, deseando que digáis conmigo: ¡Sí, quiero “un abrazo comunitario”!
¿Qué misterio guarda la vida en su interior que es capaz de transformar el sufrimiento inútil -fruto de la envidia, el miedo o simplemente la sinrazón- en un acto espontáneo de generosidad?
Qué cerca queda lo bueno de lo malo. Esa línea tan sutil y tan sencilla de atravesar cuando nos domina el orgullo o la prepotencia, golpeando al otro con nuestra propia insatisfacción vital.
Pero justo en ese dolor que retuerce las entrañas, nacen flores que te besan con sus pétalos y mariposas que vuelan hacia ti, llevándose partes de tu pesar entre sus alas para que pese menos.
Y sientes que el aire te abre los pulmones ayudado por los abrazos que, como un halo mágico, te calman y protegen de los francotiradores y sus irracionales ansias de disparar.
Existiendo la alegría de vivir, ¿no es absurdo dedicar la vida a entristecer la vida de los demás? Es algo que a menudo me pregunto.
Ojalá sepa yo ser mariposa o flor que se impregne del dolor, sea de quien sea, para hacerlo más liviano. Que no sienta el sufrimiento del otro como algo insoportable, como una agresión a mi calidad de vida, sino, muy al contrario, como una oportunidad para vivir la calidad humana.
Esta reflexión me la inspiraron tres de mis alumnas -Mónica, Maite y Judit- una mañana gris de Junio y con vosotros la he querido compartir, deseando que digáis conmigo: ¡Sí, quiero “un abrazo comunitario”!