jueves, 8 de abril de 2010

*Los bebés gigantes

Aprendemos a amar desde el primer contacto que tenemos con los brazos que nos acogen. Si nos abrazan con indiferencia o con demasiado recelo, este hecho influirá en nuestras futuras relaciones con los otros y en la persona que llegaremos a ser.

Cyrulnik, en su libro “El amor que cura”, nos habla de niños echados a perder como la fruta para referirse a dos malformaciones afectivas producidas, una por la carencia de afecto y la otra por un exceso de atenciones y cariño.

En el primer caso, el niño que sobrevive en un entorno desprovisto de afecto se desarrolla centrándose en sí mismo, y el hecho de amar a otro le aboca a una experiencia que, por desconocer, le angustia.

En el segundo caso, el niño cebado de afecto aprende a convertirse en el centro del mundo, generando una indiferencia afectiva hacia los demás.

Como vemos, ambos extremos crean dos formas empobrecidas de relación con el otro.

Me voy a centrar en el segundo caso, conocido como “los bebés gigantes”, porque pienso que es el más preocupante en nuestra sociedad actual.

“Los bebés gigantes” viven aislados del mundo, están adormecidos, son pasivos y temerosos. Les cuesta consolidar una personalidad porque el exceso de mimo les asfixia haciéndoles dependientes de sus padres.

Esta pasión ciega por la infancia está dando sus frutos: hijos narcisistas, centrados en sí mismos, pero, al mismo tiempo, inseguros y dependientes del núcleo familiar.

En casos extremos responden al perfil del hijo que maltrata a sus padres como la única salida de esa prisión afectiva tejida por unos padres que no saben crear lazos afectivos que construyan personas autónomas y maduras.

Padres y madres del siglo XXI, si no asumimos la autoridad (con sus dos significados sabiduría y poder) frente a nuestros hijos, puede que un día terminemos en la comisaría denunciándoles para que nos protejan de la violencia de la que de alguna manera habremos sido corresponsables.

Y es que en educación no vale todo. Y, aunque lo hayamos olvidado, todos sabemos que “quien bien te quiere te hará llorar”... alguna vez.

4 comentarios:

  1. José Hervás 1º Bachiller28 de octubre de 2010, 18:43

    Hola Carmen:

    Como es de costumbre, pienso muy similarmente a lo que dice el texto, pero también me preocupa el cómo se ha llegado a esta situación, qué ha pasado para llegar a este punto. Mucha gente dice que esto se debe a "que se ha levantado la mano" demasiado con los niños, pero no le veo sentido a eso, ya que el problema viene de la sobreprotección de los padres, no de la disminución de los castigos.
    Tal vez tenga algo de influencia la misma infancia de nuestros padres, aquellas épocas en la que los niños trabajaban desde bien pequeños y los padres no eran tan permisivos. Es muy frecuente en los padres la frase de: "no quiero que mi hijo sufra lo mismo que yo he sufrido" y de ahí, el que los padres quieran dar a su hijo todas las atenciones que a ellos les faltaron.
    Otras causas posibles que se me vienen a la mente podría ser que uno de los padres puede ser alcohólico, egoísta, o tratar mal al niño, el otro padre se siente mal y compensa todo lo malo dándole al niño todo lo que quiere (este caso me parece el peor, ya que el niño tendría a un padre que no le da nada de cariño y al otro que le da demasiado, ¡tendría lo peor de cada uno!) o una tercera causa que podría ser: una persona que nunca se siente bien consigo mismo intenta compensarse demostrando que puede ser un buen padre o una buena madre.

    Estas teorías me parecen importantes porque todos (o al menos el 90% de los padres) saben muy bien las consecuencias de dar sobreprotección a sus hijos, pero sin embargo no vemos que esto mejore la situación, tal vez para "despertar" a los padres haya que decirles algo nuevo.

    Un saludo.

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  2. Hola, José:

    Me encanta tu profundización en los temas que sugieren los textos. En éste intentas analizar las causas del problema generalizado sobre los bebés gigantes.

    Creo que muchos padres no entienden bien lo que significa ser padre o madre.

    Para mí, la función de los padres es preparar al hijo para que sea autónomo y encuentre su propio camino. Y para lograrlo, la protección exagerada es un mal método.

    Es cierto que no sobreproteger exige disciplina en los hijos, y que esto no es fácil; además, implica ejemplo por parte de los padres, cosa esencial, aunque costosa, porque aunque sepan que la sobreprotección es negativa, ser exigente con sus hijos implica estar atentos y mucha firmeza y coherencia.

    Hay un libro que se llama “Adultos perdidos, jóvenes a la deriva”, que trata sobre este tema; expone la idea de que los adultos de hoy, o no saben serlo, o, sencillamente, no quieren.

    Esta situación está creando graves consecuencias en los más jóvenes, pues no cuentan con modelos de adultos felices y contentos de serlo. Es como si toda la sociedad se negara a crecer, un fenómeno conocido como “El complejo de Peter Pan”.

    Muy buen comentario, José; avanzas en tu comprensión de las cuestiones y aportas reflexiones muy interesantes.

    Hasta pronto.

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  3. Marta Bautista (2º Bachillerato A)3 de febrero de 2011, 20:26

    Hola, Carmen:
    Estoy totalmente de acuerdo con este texto, y creo, como diría el filósofo Aristóteles, que la virtud reside en elegir el término medio, puesto que tanto el exceso como el defecto son perjudiciales.
    Para desarrollarse plenamente, un niño necesita que su entorno afectivo sea el adecuado, y por lo tanto, si desde pequeños no se enseña a los niños a amar y a ser amados, en un futuro es muy probable que estos tengan dificultad para crear cualquier tipo de lazo con las personas de su entorno.
    Cuando un niño sufre carencias afectivas, suele desembocar en una baja autoestima. Aquel que no se siente querido a menudo se culpa por ello, pensando que el problema reside en él. La consecuencia más evidente es que dudará de todas las personas que le quieran de verdad, puesto que ha aprendido desde su infancia que no merece que nadie sienta ningún tipo de cariño hacia él.
    Igual de dañino es que una persona reciba sobreprotección de sus padres. Alguien que está acostumbrado a ser el centro de atención en su familia o en su grupo de amigos, también tendrá sus consecuencias negativas en el futuro. En el momento que esa persona se vea obligada a ejercer su independencia y vea que no todos consideran sus opiniones y actos como correctos y verdaderos, también se sentirá mal consigo mismo y con los demás.
    Es imposible pensar que ambos tipos de personalidades puedan ser auténticos y felices. Pero también creo que nunca es tarde si la dicha es buena, y son a los familiares, parejas, amigos o compañeros, a los que les corresponde intentar ayudar a este tipo de personas, puesto que cuando alguien te importa de verdad, no te rindes fácilmente. Únicamente lo haces cuando la derrota es evidente, y pocas veces se da este caso.
    Para concluir y a modo de reflexión final, me vuelvo a centrar en el tema de los padres. Creo que estos, desde el primer momento, deberían pensar en cuál es el tipo de educación que quieren que sus hijos reciban, que no todo vale y sobre todo, que hay ocasiones en las que lo más conveniente es decir que no.
    Como todos los humanos, los padres pueden cometer errores, lo que es innegable es que todo lo que hacen es por el bien de sus hijos.
    Un saludo.

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  4. Hola, Marta:
    No sé que se puede añadir a tu comentario, sólo felicitarte por el contenido y por la redacción.
    Perfecto Marta.

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