Dicen algunos estudios de psicología que si se quiere la armonía hay que buscar primero la igualdad.
Si recordamos “La parábola del hijo pródigo” y analizamos el mensaje, vemos que para el padre está claro lo que significa esta palabra: tratar a sus hijos de igual forma, independientemente de sus méritos.
Igualmente sucede en algunas sociedades colectivistas, donde lo que se valora es el bien del grupo y no el del individuo. No se pone el punto de mira en lo que cada uno se merece en función de su esfuerzo y sus dones, sino en el buen funcionamiento de la comunidad.
Me pregunto: ¿Cómo combinar estos dos polos de la cuestión? No podemos buscar lo beneficioso para la comunidad, olvidándonos del bien de los individuos que forman ese grupo, pero tampoco podemos obviar el bien común. Es por esta razón que las sociedades no prosperan demasiado, porque no es nada sencillo buscar la forma adecuada para equilibrar estos dos extremos.
Si pensamos en el ejemplo de “La parábola del hijo pródigo”, deducimos rápidamente que son los lazos afectivos los que ayudan al padre a sacar su corazón benévolo para entender la justicia, no de una manera proporcional a los méritos, sino como perdón y generosidad.
Lo que nos enseña el espíritu colectivista es a ser un poco menos egocéntricos, a saber perder un poco de lo que nos corresponde justamente, en favor de los demás. Pero este mirar por los demás también nos reclama ser desinteresados.
Después de esta reflexión, concluyo que la armonía exige igualdad, pero la igualdad pide generosidad, y para ser generosos necesitamos sentir que el otro nos importa, esto es, tenemos que establecer relaciones afectivas con él.
Esto es una utopía, lo sé. Pero si no creemos en los ideales no podremos construir sociedades más justas. Y si las sociedades dejan de ser armoniosas se convierten en sociedades violentas. Por tanto, aunque los ideales sean inalcanzables, sería sensato tratar, en la medida de nuestras posibilidades y libremente, de acercarnos un poco más a ellos antes de que sea demasiado tarde.
Propongo pues “un brindis por el cambio”, como hace la protagonista de la película “Diarios de la calle” a sus alumnos, invitándoles a salir de su mundo agresivo, gris y sin futuro. Y para ello, lo primero que hay que hacer es creer en que el cambio es posible.