¿Por qué este empeño mío en vivir mayoritariamente en el mundo de la razón, del conocimiento, de las ideas, de la reflexión? Creo que la respuesta tiene que ver con eso que decía mi admirado Platón: en ese lugar todo es más estable. Mientras te mantienes ahí, entretenida por mil relaciones entre fenómenos, discursos y argumentos, estás a salvo.
¿A salvo de qué? ¿De quién? A salvo del flujo emocional que te apabulla y te somete rompiendo tu equilibrio.
En el mundo estático de las ideas vives la ilusión del control porque todo está donde lo dejas, y ahí te espera, sin pedir nada, sin exigir, para que lo manosees cómo y cuando mejor te venga en gana.
Por el contrario, lo emocional te embarga cuando quiere, no pide permiso, es insolente y rebelde, te descoloca y te invade, te atenaza y te acuchilla.
Pero cuando llevas un infinito de segundos con las palabras y te paras a sentir te das cuenta de que no sientes, que no te encuentras, que no percibes; incluso te asustas porque no sabes si tu corazón late o es todo un espejismo. Es la calma, el control, la estabilidad de lo inmutable. Hoy sé lo que significan estas palabras. Hoy he vivido la abstracción de los conceptos eternos.
Hace tiempo ya que me perdí entre las palabras y desconecté del sentir, así es como vivo la calma. Es algo placentero y atractivo que te da paz y autonomía, pero tiene un matiz de tristeza y pesadumbre. Algo que pesa me borra la sonrisa, se me agolpan recuerdos, algo vagos ya, de estados exultantes donde los picos asaltaban mi pecho como agujas.
El silencio me acompaña porque en el mundo de las palabras estás sola. Me apetece llorar. No sé por qué. Quisiera fundirme en un beso deseado de verdad.
¿A salvo de qué? ¿De quién? A salvo del flujo emocional que te apabulla y te somete rompiendo tu equilibrio.
En el mundo estático de las ideas vives la ilusión del control porque todo está donde lo dejas, y ahí te espera, sin pedir nada, sin exigir, para que lo manosees cómo y cuando mejor te venga en gana.
Por el contrario, lo emocional te embarga cuando quiere, no pide permiso, es insolente y rebelde, te descoloca y te invade, te atenaza y te acuchilla.
Pero cuando llevas un infinito de segundos con las palabras y te paras a sentir te das cuenta de que no sientes, que no te encuentras, que no percibes; incluso te asustas porque no sabes si tu corazón late o es todo un espejismo. Es la calma, el control, la estabilidad de lo inmutable. Hoy sé lo que significan estas palabras. Hoy he vivido la abstracción de los conceptos eternos.
Hace tiempo ya que me perdí entre las palabras y desconecté del sentir, así es como vivo la calma. Es algo placentero y atractivo que te da paz y autonomía, pero tiene un matiz de tristeza y pesadumbre. Algo que pesa me borra la sonrisa, se me agolpan recuerdos, algo vagos ya, de estados exultantes donde los picos asaltaban mi pecho como agujas.
El silencio me acompaña porque en el mundo de las palabras estás sola. Me apetece llorar. No sé por qué. Quisiera fundirme en un beso deseado de verdad.