domingo, 11 de septiembre de 2011

*¿A quién votaremos el 20-N?

En el informe de Mayo, el CSI (Centro de investigaciones sociológicas) nos informa de que el 22,1% de la población entrevistada considera que “la clase política” es el tercer problema de la sociedad española en orden de importancia. Y curiosamente son las gentes de más edad (de 35 a 44 y de 55 a 64 años: 24,9% y 25,5%, respectivamente) o los profesionales con trabajo (32, 8%) los que en mayor medida lo apuntan.

Si tuviésemos que realizar un perfil del colectivo que considera a la política y sus profesionales como problema los retrataría así:

-Son hombres (57,8%) en bastante mayor medida que mujeres (42,2%).

-Tienen una media de edad de 46,13 años. Con un mayor peso de los grupos de edad media, especialmente entre los 25 y los 34 años.

-Casi la mitad (49,1%) del colectivo tiene en la actualidad trabajo, frente a un 19,5% que está en paro.

-Tienen títulos educativos más elevados que los que no identifican el problema: entre los primeros, la suma de Diplomados, Arquitectos o Ingenieros, Licenciados y Estudios de Posgrado alcanza 24,2% del total; entre los segundos, sólo 17,2%.

-Su situación económica es superior a la media: 33,8% de los que identifican el problema declaran que su situación económica es buena ‐la media se sitúa en 28,6% para el conjunto de la muestra.

Entre los que apuntan el problema son más numerosos los que tienen intención de votar al PP (26%) que al PSOE (17%), pero en conjunto domina una actitud de rechazo a ambos partidos y sus respectivos líderes. La mayoría piensa que los partidos políticos carecen de personas preparadas y que se preocupen por los intereses de la gente. Supera el 50% los que declaran no confiar nada en los líderes (Rodríguez Zapatero y Rajoy).

Mi pregunta es: ¿A quién votaremos el 20-N? Y mi respuesta en forma de pregunta es: ¿Y si apostásemos por una mujer como presidenta del gobierno de España por primera vez en nuestra democracia?

*La alegría de vivir

Hoy amanecí con ganas de reflexionar sobre la alegría. ¿Qué es? ¿Cómo conseguir que inunde nuestra vida? ¿Forma parte esencial del ser humano?

No sé si será una reacción positiva mía ante tanto pesimismo social, económico y político. Si es así, bienvenida sea, para que nos ayude a descubrir las causas que mermaron aquella alegría que iluminó nuestros primeros años de niñez.

La alegría es una emoción básica, nacemos con ella y nos ayuda a adaptarnos al medio. La Psicología admite la existencia de seis emociones básicas o primarias: miedo, sorpresa, aversión, ira, tristeza y  alegría. Cada una de ellas cumple una función. El miedo nos protege de los peligros, la sorpresa orienta nuestra conducta ante la situación, la aversión nos ayuda a rechazar lo que nos puede dañar, la ira nos da energía para reaccionar, la tristeza nos ayuda a retomarnos interiormente y la alegría nos impulsa hacia la repetición de aquello que nos resultó agradable.

Bien, pero ¿qué es lo que nos hace estar tristes o nos impide ser alegres? Es más sencillo contestar si nos retrotraemos a la infancia. Siempre que nos sentíamos abandonados por nuestros padres, rechazados por nuestros compañeros o excluidos del grupo de amigos o del equipo de futbol, nos sentíamos tristes. Estas primeras heridas nos acompañan de mayores y, de forma inconsciente, generamos respuestas defensivas para no sentir nunca más aquellas emociones negativas.

Estas “reacciones defensivas”  toman forma de orgullo, vanidad, egoísmo, aislamiento, envidia…  y nos alejan de gozar de la vida con la inocencia de cuando éramos niños.

Cuanto más nos dominan nuestras insatisfacciones, carencias y miedos, más nos cuesta sentirnos alegres. Cuando pensamos en lo que somos y no nos gusta, o en lo que no tenemos o no hemos conseguido, nos invade la amargura. Cuando el miedo a perder lo que poseemos nos aprisiona, nos carcome la preocupación y la congoja. Por esto, si queremos recuperar la alegría de vivir deberíamos liberarnos de todos nuestros antiguos y actuales descontentos.

Vivir con alegría implica no culpar a los demás de nuestro malestar, ser conscientes de nuestras heridas y mirar como curarlas, dejar de forzar a los demás a que nos amen, perdonar de verdad y, sobre todo, permitir ser a cada cual lo que es o intenta ser, empezando por nosotros mismos.