La cabeza, desbordada de información catastrófica que te mina a cada instante la alegría de vivir, intenta luchar una y otra vez con esfuerzo para no sucumbir al desánimo y la tristeza. Si rumias las noticias, una tras otra, se te acelera el corazón, alimentado por la rabia.
Pero, como se acerca la Navidad, quiero pensar que alguna conciencia renacerá, y se me ha ocurrido que si todos los niños españoles le escribiesen una carta a Urdangarin, lo mismo cogía todos esos miles de euros que ha colocado en el paraíso fiscal de Belice y los repartía, en un acto de justicia, entre los 12 millones de pobres que hay en España. Al fin y al cabo, él es un privilegiado más desde que se casó con la princesa, y aunque parezca más pillín que príncipe, hay que creer que los milagros existen, si no queremos caer en la desesperación.
Continué con la idea y pensé que si las palabras de nuestros pequeños consiguieran remover la conciencia del esposo de la Infanta, a lo mejor, el pícaro transformado en modelo ejemplar arrastraba a todos los diputados, senadores, concejales, alcaldes, parlamentarios y consejeros, a un acto de igualdad, que consistiera en bajarse el sueldo un 30% como contribución solidaria con ese 60% de mileurístas que sobreviven cada mes.
Estos actos, no solo serían dignos de ciudadanos comprometidos, sino que además lograrían que muchos de los millones de españoles que en las últimas elecciones han renunciado a ejercer su derecho al voto por no encontrar un representante digno, se animaran en las próximas, asegurándoles de esta forma el bienestar durante unos años más.
Esto sí que sería novedoso y nos convertiría en pioneros de una nueva Europa. Los actos simbólicos en épocas difíciles prenden como la pólvora y renuevan las ilusiones.