Hace algunos años, durante un curso que se celebró en El Escorial, escuché una frase que se me quedó grabada en la memoria para siempre: “Educa la tribu entera”. La pronunció el profesor de filosofía y escritor, Antonio Marina.
Tengo que reconocer que me encantó la idea o, tal vez, la sencillez de la imagen que evoca. El curso trataba sobre los problemas de la educación. Todos sabemos de la compleja realidad que llena las aulas, la falta de resultados positivos, el aumento de los conflictos de convivencia, la mercantilización de la educación, el olvido de su valor fundamental: hacer ciudadanos libres y felices.
Pero, de entre todos estos problemas, me gustaría centrarme en uno especialmente: la ausencia de acuerdo y unión entre los miembros de la tribu. Me refiero, como todos sabemos, a padres y profesores.
Tengo que reconocer que me encantó la idea o, tal vez, la sencillez de la imagen que evoca. El curso trataba sobre los problemas de la educación. Todos sabemos de la compleja realidad que llena las aulas, la falta de resultados positivos, el aumento de los conflictos de convivencia, la mercantilización de la educación, el olvido de su valor fundamental: hacer ciudadanos libres y felices.
Pero, de entre todos estos problemas, me gustaría centrarme en uno especialmente: la ausencia de acuerdo y unión entre los miembros de la tribu. Me refiero, como todos sabemos, a padres y profesores.
Nunca me he sentido más incómoda realizando mi trabajo que en los últimos tiempos. Siempre pensé que los padres valorarían en mí la preocupación por el crecimiento personal de sus hijos. Que me echarían cuentas, si, en lugar de inculcarles ilusión por aprender, les insuflase el espíritu pragmático del que sólo se preocupa por los resultados, sin cuestionar el cómo se consiguen (por ejemplo, copiando).
Imaginaba que valorarían que enseñase a sus hijos a ser buenas personas, y no a aprobar sin estudiar o mintiendo, si es preciso. También pensé que esperarían que les aleccionase en el valor del trabajo bien hecho y en el saber aceptar una crítica que sólo pretende mejorar sus capacidades. Creí, en fin, que si alguna vez sus hijos se ensañaban conmigo en su presencia, rápidamente saldrían en mi defensa porque confiaban en mis criterios, valía y preparación.
Pero me he dado cuenta de que estaba equivocada. Y me preocupa. Y no por mí, sino porque si la tribu no envía el mismo mensaje, lo único que crea son bandas que pelean por la razón a toda costa sin darse cuenta de que en “esa guerra” ya se ha perdido, de antemano, el objetivo principal: formar personas. Nos jugamos mucho.