sábado, 14 de noviembre de 2009

*¡Si queremos, podemos!

Cansada ya de escuchar los mismos mensajes desalentadores, tales como “esto no sirve para nada” o “las cosas son así, ¿qué podemos hacer?”, quiero modestamente señalar frentes abiertos de lucha por un mundo mejor. Pues yo sí creo que podemos hacer mucho, y que todo cuanto se hace bien, al final, cuenta. Y no sólo para uno mismo, también para los demás.

Lo que sucede, ya lo decía Saint-Exupery en “El principito”, es que nos encantan las cifras, y si los resultados no se expresan en números, dejan de valer; o si los cambios no son radicales y espectaculares, no nos parecen cambios, cuando en realidad las auténticas transformaciones ocurren en silencio y paso a paso.

A modo de ejemplo, voy a sugerir una acción al alcance de todos: se trata del llamado “comercio justo”, un modelo de comercio alternativo liderado por movimientos sociales que buscan una relación justa entre productores y consumidores, respetando unos principios éticos que velan al mismo tiempo por las personas y por el medio ambiente.

Bastaría con que una vez al mes en cada uno de nuestros hogares comprásemos por el valor de tres euros cualquier producto certificado con el sello “Fairtrade”. Los productos que actualmente reciben este sello en España son azúcar, café, té y cacao. En el resto del planeta también se venden otros artículos con este sello oficial de “comercio justo”: vino, arroz, especias, fruta fresca, miel, algodón…, además de los ya mencionados que podemos hallar en nuestro país.

Y ¿para qué serviría esto? Seguro que a todos se nos ocurren respuestas. Por mi parte, señalaré dos:

1ª. Para favorecer el desarrollo de comunidades productoras –normalmente, cooperativas- en los países en vías de desarrollo, y ser solidarios con las partes del mundo menos favorecidas.

2ª. Porque es una acción transformadora que defiende una forma más justa –y por tanto, más humana- de entender las relaciones comerciales.

Este es sólo un ejemplo de un cambio de actitud imprescindible si queremos mejorar nuestro mundo, en lugar de lamentarnos o descargar nuestra responsabilidad personal esperando que los gobiernos lo arreglen.

El mensaje, pues, es sencillo: si queremos, podemos cambiar las cosas. Basta con creer en nosotros… y sentirnos necesarios.